Alcarràs versus Greta

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Las anteriores elecciones europeas estuvieron marcadas por la reivindicación contra el cambio climático; ahora, la UE frena en esos objetivos para calmar la protesta de los agricultores

Ursula von der Leyen, durante una cumbre europea.

Ursula von der Leyen, durante una cumbre europea.

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Las películas Alcarràs y As Bestas llevaron a la pantalla los conflictos entre el boom de las energías renovables y las dificultades de los agricultores para seguir viviendo del campo. Ambas producciones cinematográficas llamaron la atención de muchos espectadores urbanitas, cuyas preocupaciones se centraban más en los efectos de la contaminación y el cambio climático y que, de repente, se acordaron del mundo rural, donde la sensación de ser considerados ciudadanos de segunda ha ido en aumento. Jordi Pujol Dolcet, protagonista de la película de Carla Simón, explicaba el martes en RAC1 que sigue siendo payés, pero que no puede vivir de la agricultura.

De fondo, se ha ido dibujando una confrontación entre sostenibilidad medioambiental versus viabilidad de la explotación agrícola, como si ambos objetivos fueran incompatibles. Pero la política fluctúa según las preocupaciones sociales del momento combinada con la cercanía de las urnas. Y apenas faltan cuatro meses para las elecciones europeas. Hace unos años se alzaba la voz de Greta Thunberg y la UE se aprestó a aprobar su Green Deal. Ahora avanzan los tractores por las autopistas de entrada a las grandes ciudades europeas y la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, ha anunciado la relajación de varias de las condiciones medioambientales que se habían propuesto desde Bruselas para aplacar las quejas del campo. Su argumento político es que esas exigencias propician la “polarización”.

Las elecciones europeas pueden alumbrar mayorías en las que tendrán más influencia partidos de extrema derecha

La protesta de los agricultores llega en pleno ascenso de la extrema derecha. Por primera vez, las elecciones europeas pueden alumbrar mayorías que no bascularán solo entre populares, socialdemócratas o liberales, sino que algunas decisiones podrían quedar en manos de la ultraderecha, en especial la de los Conservadores y Reformistas, donde están partidos como Vox, el PIS de Polonia o los Hermanos de Italia, con los que el PPE podría aliarse en determinadas materias que impedirían avances en la integración europea. En Bruselas cunde la preocupación por el crecimiento de los populismos y la protesta de los agricultores es una espita para que arraigue el malestar contra Europa.

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No se trata solo del voto de quienes viven del campo, que en sí constituye un porcentaje pequeño del censo, sino que sus reivindicaciones, por justas que sean, son utilizadas por algunos para amplificar mensajes simplistas. Así, las quejas por la burocracia a la hora de pedir subvenciones (quizá heredera de aquella época en que afloraban fraudes en el cobro de la PAC en España) son tergiversadas para abonar el euroescepticismo; la producción legislativa comunitaria es convertida en asfixiante afán regulatorio y las reclamaciones para cambiar las condiciones de los acuerdos comerciales con terceros países son empleados para difundir mensajes autárticos, además de los recados contra el cambio climático. También la industria coincide en algunas de sus quejas sobre la competencia global y las exigencias medioambientales requeridas en Europa para sus productos.

Los agricultores tienen todo el derecho de reivindicar mejoras y más aún de sentirse relegados. Aunque son un sector muy heterogéneo y, por tanto, con intereses y problemas muy distintos, es evidente que quienes trabajan en pequeñas explotaciones ganan una ínfima parte de lo que el consumidor paga por sus productos. Pero, paradójicamente, constituyen un colectivo que le debe mucho a la UE y que ha de ser el más interesado en frenar el cambio climático. Primero, porque las subvenciones de la PAC constituyen un tercio del presupuesto comunitario y, en cuanto a lo segundo, la brutal sequía que se vive en la franja mediterránea en España es más que elocuente.

La participación de los jóvenes creció en las elecciones de 2019: eran los tiempos de Greta Thunberg y del Green Deal

Sería, por tanto, una contradicción que la agenda de la ultraderecha saliera reforzada de estas protestas, pero el riesgo es elevado. En Francia ya ganó en las elecciones de 2014 y 2019. En Alemania podría hacerlo en esta ocasión, lo que ya ha provocado movilizaciones importantes en contra en Berlín y otras ciudades. En 2019, la elección de Von der Leyen salió adelante por los pelos. No pocos diputados hicieron caso a las instrucciones de sus partidos y tuvo que apoyarse también en los ultraconservadores polacos de Ley y Justicia (PIS) y en los populistas del Movimiento 5 Estrellas italiano.

La influencia de este tipo de formaciones puede aumentar y ser determinante, no solo en la reelección de Von der Leyen -que es muy probable-, sino en las mayorías que pueden conformarse en la Cámara. Todas las previsiones apuntan a un descenso de los liberales en Francia y Alemania, mientras suben Giorgia Meloni y Alianza por Alemania. Las elecciones europeas serán un termómetro sobre si el continente vira hacia la derecha, ya no solo por la incorporación de los países del Este, siempre con la referencia de Rusia a sus espaldas, sino por una decantación posterior a la pandemia, la guerra de Ucrania o los efectos de nuevos saltos en la globalización.

En 2019 aumentó la participación de los jóvenes en las elecciones europeas. Fue un incremento crucial. El 37% de los electores señaló el cambio climático como una de las motivaciones principales para ir a votar en esa convocatoria, solo por debajo de la economía (44%). Eran los tiempos del fenómeno Greta Thunberg. Ahora el altavoz mediático lo toman los agricultores, que han logrado rebajar las pretensiones de la agenda verde, sin que aquellos que votaron por primera vez en unas europeas hace cinco años hayan visto el fruto de sus expectativas.

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