El president Carles Puigdemont fue el cabeza de cartel de la conmemoración independentista del 1-O. Desde una pantalla gigante, hizo un ejercicio más periodístico que político para describir el contexto actual y le añadió una guarnición, más subjetiva, de patriotismo. Proyectándose hacia el futuro, Puigdemont vaticinó que serían “inevitablemente imperfectos”. Quizá era una referencia a otra negociación histórica, cuando al final de la película Con faldas y a lo loco, un travestido Jack Lemmon intenta quitarse de encima la babosa presión de un pretendiente acosador.
En lo que viene emergiendo sobre el diálogo (el implícito y el explícito) entre los socialistas y Junts hay momentos en los que se roza el tono de comedia y se impone la convicción de que, como sucede en la película, nadie es perfecto. En El món a RAC1, cara a cara retrospectivo entre el president Artur Mas y José Manuel Villarejo, al que se asigna, puede que demasiado espléndidamente, la condición de comisario.
Las consignas del KGB que cita el comisario Villarejo no son tranquilizadoras
Mas intenta contribuir a esclarecer unos episodios de alta toxicidad corrupta y propagandística y la percepción que, en mayor o menor medida, tenemos de los hechos. Villarejo ha tenido una presencia mediática notable, sobre todo a través de las entrevistas de Cristina Puig en el Preguntes freqüents (TV3) y de Jordi Évole (La Sexta) y del archivo sonoro trabajado por Quico Sallés. Las intervenciones de Mas, que se expresa con una comprensible impaciencia, adquieren una dimensión fiscalizadora, que intenta matizar el venenoso Corpus Villarejo y no le permite torear las preguntas con su suficiencia cuartelera habitual. Villarejo reacciona y activa la turbina de la porquería
creando una corriente que se convierte en la cara B de sus grandes éxitos (¡el trabajo que tendrán los pobres aludidos –Laporta, Trias, Rosell y dos travestis que pasaban por allí– como actores de diferentes anécdotas truculentas para quitarse de encima tanta maledicencia!).
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El excomisario de policía José Manuel Villarejo, en una imagen reciente
De vez en cuando, Villarejo cita, como referente, las consignas del KGB, que no sería un ejemplo de rigor y transparencia democráticas. No sé si son apócrifas, pero conectan con la historia universal de la maldad mafiosa: “Si rompes un trato, atente a tu suerte” y “Los asuntos húmedos son altamente vulnerables para presionar”. El escudo del KGB resumía sus intenciones: un escudo y una espada para proteger el Estado soviético de las fuerzas contrarrevolucionarias. El escudo de armas de Villarejo podría ser la gorra que siempre lleva y la imagen de una grabadora que, en vez de sonar, salpica y un ventilador con distintos grados de potencia. Después de escuchar El món a RAC1, te queda la frustración de no vivir en un país –y un mundo– en el que los responsables públicos pudieran ser “inevitablemente perfectos” y no, como suele suceder, “evitablemente imperfectos”.