San Telmo ensaya su propia ‘summa’

CUADERNOS DEL SUR

En el ámbito de la cultura política española, concepto que para muchos tiene algo de inevitable oxímoron, existe el lugar común de que el liberalismo, cuya génesis también se disputan la tradición anglosajona –sobre todo a partir de la obra filosófica de Locke–, e incluso la francesa, como herencia de la revolución de 1789, es un inequívoco invento ibérico.

De ser cierta esta teoría, no cabe duda de que se trata de una gloria trabajosa y efímera: los esforzados liberales congregados en la ínsula que es Cádiz en 1812, autores de una Constitución de vitalidad relativa y algo condescendiente con los privilegios el poder clerical del Antiguo Régimen, nunca fueron demasiados. Ni en número ni en influencia.

En los pagos meridionales de Andalucía la revolución de 1831 terminó con sangre en la playa de San Andrés de Málaga. Sus mártires históricos encarnaron para el poeta Espronceda y el pintor Gisbert, que los inmortalizó en el instante de su trágico trance, un ideal romántico que tardaría tres décadas en dar frutos. Sus ideas nunca dejaron de ser exóticas flores extrañas.

El tiempo no ha alterado esta fortuna –en general fatídica– de los liberales del Sur. Durante los casi cuarenta años de autonomía no ha existido nunca una alternativa política de corte centrista. Todos los intentos naufragaron. El hundimiento electoral de Cs el pasado 19J, una réplica fake del viejo sueño de los liberales ilustrados, tampoco ha cambiado esta suerte.

La trayectoria de los embajadores naranjas en Andalucía, en su mayoría procedentes de otras marcas políticas, y en general chusqueros de la política que se arrimaron al buen viento levantado desde Catalunya, donde se fundó el embrión de la organización, oscilaron, igual que en su día sucedió con los andalucistas, entre el papel de sostén del PSOE (en su última etapa en el poder) o como bisagra de la puerta del cambio (sin cambio) encarnado por el PP. Era cuestión de tiempo que terminaran agonizando. Las veleidades, en política, se pagan.

Juan Marín y Juanma Moreno

Juan Marín y Juanma Moreno

Raúl Caro - EFE

Si su ocaso no ha sido mucho más temprano obedece simplemente al factor institucional: durante los tres años y medio en los que Cs gobernó con el PP el partido de Inés Arrimadas pudo disimular la verdad estadística: tanto sus bases como sus dirigentes y representantes abandonaban en masa la nave liberal. La dirección del partido naranja se resistió además a una coalición con el PP antes de que Moreno Bonilla lograra su mayoría absoluta. Un error absoluto y categórico: les hubiera ido menos mal en una lista conjunta que en solitario.

Los primeros compases de la nueva legislatura en Andalucía van confirmando la absorción y extinción de Cs. Los postreros devotos naranjas intentan desesperadamente convencer a sus menguantes bases de la necesidad de una Refundación Liberal, que es la última baza de la actual dirección. Sus exconsejeros en la Junta, sus diputados y muchos de sus altos cargos están aceptando mientras tanto los cargos políticos ofrecidos por el PP en la Junta.

Esta misma semana Juan Marín, su último jefe de filas, accedía a una oferta del presidente andaluz para recolocarlo (con un generoso sueldo público) como representante gubernamental en el Consejo Económico y Social de Andalucía, un órgano asesor en la órbita del Quirinale. Sobra decir que a Marín, que sostuvo que abandonaría la vida pública si su candidatura no lograba representación parlamentaria, y al que la dirección de Cs le había propuesto presentarse a alcalde de Sanlúcar de Barrameda (Cádiz), su pueblo de origen, no lo han elegido en San Telmo ni por sus conocimientos jurídicos ni por su representatividad social.

La suya es una recompensa a la fidelidad, aunque sea en favor del PP en vez de en beneficio de Cs, cuya situación real en Andalucía es terminal. Más allá de los cambios de orilla y de las conversiones de supuestos liberales que en horas veinticuatro se han hecho conservadores, la absorción de Cs por el PP, un espectáculo de incoherencias humanas, trasciende lo personal.

Moreno Bonilla está ensayando con este movimiento su particular ‘summa’ política con vistas a las elecciones municipales del 28M, en las que los socialistas pelearán por conservar su último escudo de defensa institucional en el Sur –las diputaciones y los ayuntamientos– y el PP se plantea abiertamente como una segunda vuelta (victoriosa) de las autonómicas.

Los dos grandes partidos se juegan mucho en estos comicios. Para el PSOE una debacle puede implicar la desarticulación territorial de la organización, una calamidad cuyo desenlace aceleraría su decadencia definitiva. Para Moreno Bonilla, en cambio, el 28M tiene un único sentido: la ratificación del poder absoluto. Una hegemonía definitiva y, al mismo tiempo, los sólidos cimientos de una era de poder conservador en el Sur de España –el gran trampolín para alcanzar la Moncloa– duradera. Longeva. Casi eterna.

Mientras los socialistas tratan de no caer en el desánimo recordando un pretérito tan lejano como nostálgico –el 40 aniversario de la histórica victoria de Felipe González en 1982– en el Quirinale acarician un futuro nada hipotético sin rivales ni competencia. Omnímodo. Para conseguirlo necesitan sumar a los electores de Cs y de otras fuerzas políticas –es el caso de las minorías fragmentadas del andalucismo– a su nueva causa, que en el ámbito local ha avanzado, como demuestran los datos del 19J, pero en determinadas ciudades y localidades de la Andalucía interior no son rotundos. Todavía existen focos de resistencia.

Moreno Bonilla busca, de esta forma, resucitar la filosofía de Andalucía Suma –la plataforma electoral conjunta con Cs que no llegó a consumarse para las autonómicas– con objeto de trasladarla de facto, y siempre a posteriori de los comicios, a los ayuntamientos y a las diputaciones, cuya gobernabilidad puede depender en ciertas plazas locales de apoyos políticos externos que queden al margen de las grandes tendencias electorales mainstream.

El Quirinale quiere sumar desde sus extremos. Y tiene bastante posibilidades de conseguirlo teniendo en cuenta que dentro del arco sociológico de la derecha el PP es la marca política dominante. La oferta de San Telmo está formulada, siguiendo la retórica del Vaticano, con una clara pretensión ecuménica. Todos están invitados a sentarse a la diestra del padre.

No hay ni líneas rojas ni tampoco cordones sanitarios. El PP formula por igual esta oferta de integración (difusa) para el 28-M a los representantes municipales de Vox y a los socialistas desengañados; e incluye a los últimos ortodoxos del andalucismo y a los liberales residuales.

Enfrente tiene a los socialistas (en situación crítica) y a una constelación de minorías de izquierdas –Adelante, Podemos, Izquierda Unida– que no se hablan, que sin duda concurrirán en listas separadas y que no cuentan con el apoyo (delegado) de Yolanda Díaz, que después del desastre de sus representantes el 19J sabe que Andalucía se ha convertido en tierra hostil.

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