Vemos muchas veces que nuestras autoridades actúan de forma irreflexiva sin un análisis profundo de las consecuencias de las decisiones que adoptan. Lo estamos viendo estos días con el caso del reconocimiento de la soberanía marroquí sobre el Sáhara Occidental y sus implicaciones para las relaciones con Argelia y el suministro de gas; lo estamos viendo en el colapso de la AP-7 tras la supresión del peaje y el subsiguiente desvío del tráfico hacia la autopista ahora gratuita, y también con la nueva perspectiva de casi colapso del aeropuerto de Barcelona tras la decisión de nuestras autoridades de no aceptar el proyecto de ampliación propuesto por Aena y que, de rebote, sirve para que no se amplien las inversiones públicas en Catalunya, lo cual, a su vez, estimula el victimismo de que en Madrid se centraliza cada vez más. Esto lo vemos también en Barcelona en donde el invento de las supermanzanas, que restringe la circulación por ciertas calles, tiende a colapsar otras vias alternativas con consecuencias sobre la polución ambiental y acústica y, en definitiva, la degradación del Eixample de Cerdà.
Son ejemplos de situaciones que demuestran que la adopción de medidas poco meditadas o poco analizadas en profundidad pueden causar mucho daño aunque a primera vista pueda dar la sensación de que están en línea de ciertas aspiraciones populares o con ideas asociadas a la ideología de quien tiene el poder.
No pueden adoptarse decisiones precipitadas en lo que nos afecta a todos
Está claro que la aspiración a la supresión de los peajes aprovechando el fin de una concesión iba a ser muy popular, pues en Catalunya se comparaba el pago de estos peajes con la realidad de carreteras libres en buena parte del resto de España, pero el problema es que la prestación de servicios públicos y el mantenimiento de infraestructuras es algo que debe asumirse y ahora nos encontramos ante la triste realidad de unas autopistas gratuitas pero atiborradas de vehículos.
Mucha gente creyó que derribar las garitas de cobro del peaje era una gran victoria, pero ahora vemos que habrá que asumir el coste de mantenimiento de las autopistas con mecanismos de pago alternativos. Y aquí volveremos a tener enfrentamientos entre quienes querrían un pago alternativo sufragado por todos los contribuyentes nacionales y turistas usuarios y quienes defienden que deberán pagar el coste de mantenimiento los que usan efectivamente las autopistas –o sea, algo semejante al viejo peaje–.
Todo estos ejemplos nos dicen que hay que ser muy consciente de que no pueden adoptarse decisiones precipitadas en las cuestiones que nos afectan a todos y que hay que ser muy cuidadoso a la hora de cambiar o no cambiar cosas que tenían más o menos sentido pero cuya eficacia no había sido previamente analizada.
Como dice el refrán “de sabios es rectificar y de locos persistir en el error” y se me antoja que aquí nos aferramos a decisiones adoptadas equivocadamente que no se quieren modificar porque sería reconocer que se tomaron sin reflexión.