Todos los comentaristas de la cosa han estado de acuerdo en el diagnóstico tras la reunión de la mesa de diálogo, el pasado miércoles: Pedro Sánchez y Pere Aragonès han ganado tiempo y eso les une más de lo que parece. De acuerdo, no obstante me permitirán ustedes que consigne aquí un pero sustancial: el tiempo que cada presidente gana es de textura y caducidad muy distintas. Supongo que los protagonistas lo saben perfectamente, aunque lo disimulen para que el guion no se tuerza demasiado.
Parece que en la Moncloa y en Palau se han leído a Byung-Chul Han, filósofo de moda y autor de un libro muy estimulante sobre el tiempo, que parte de la siguiente premisa: “la época de la aceleración ya ha quedado atrás”. Para el pensador coreano, vivimos la disincronía y “no hay nada que rija el tiempo”. Este “tiempo atomizado y discontinuo” tiene efectos políticos inquietantes: “las prácticas sociales tales como la promesa, la fidelidad o el compromiso, todas ellas prácticas temporales que crean un lazo con el futuro y limitan un horizonte, que crean una duración, pierden importancia”. Atención: no hay mesa de diálogo real sin compromisos firmes. El independentismo viene del “tenim pressa” y asume ahora que no hay plazos para llegar a Ítaca, pero únicamente lo hace ERC. Mientras, Junts y la CUP sienten nostalgia de la aceleración.
El independentismo pasa del “tenim pressa” a asumir que no hay plazos para Ítaca
El tiempo de Sánchez está regido por el número de impactos positivos (sobre todo en la agenda social) que consiga anotar antes de las generales. El tiempo de Aragonès está dominado por el número de concreciones tangibles que arranque de Madrid antes de que la decepción por no haber conseguido un referéndum a la escocesa se instale como marco dominante en las bases independentistas.
El tiempo de Sánchez se mueve únicamente hacia adelante, pero el tiempo de Aragonès oscila entre un devenir basado en una promesa incierta (de consulta pactada y amnistía) y un ayer reciente sustentado en el capital simbólico del 1 de octubre. Frente al mito del referéndum unilateral, el president está obligado a ofrecer algo que sea un verdadero incentivo, al menos para una parte de esos ciudadanos que se convirtieron al secesionismo. ¿Dará Sánchez con ese algo que blinde la apuesta de Aragonès?
Ivan Krastev, politólogo búlgaro, nos echa una mano: “La diferencia entre el pasado y el presente es que nunca podemos conocer el futuro del presente, pero ya hemos vivido el futuro del pasado”. Esto es lo que separa más agudamente la estrategia de ERC de la táctica de contragolpe de Junts. Para los de Puigdemont, el procés debe prolongarse, sin más. En cambio, el tiempo que Aragonès gana en la mesa es para demostrar a la parroquia que más vale un diálogo lento que sacrificar otra generación pintando un nuevo trampantojo. Es un tiempo que trata de escapar de la frustración, pero podría ser engullido rápidamente por ella.