Sea por inteligencia adaptativa o por su propio vitalismo, Oskar Matute mira hacia delante tratando de no pensar mucho en esa otra vida, la de la calle, que ha quedado en standby . Los partidos de fútbol de su hijo mayor, de 11 años, los conciertos o los viajes que han quedado en el tintero por una “pesadilla colectiva” que, cree, cambiará los “usos y maneras de afrontar la realidad cotidiana”. La crisis del coronavirus será un punto de inflexión para todos, asegura.
A pesar de apartar de su mente todos esos planes congelados y disfrutar del día a día en su casa de Barakaldo (Bizkaia) junto a su mujer y sus dos hijos –la pequeña, de 6 años–, el diputado de EH Bildu sí admite una espina clavada por el confinamiento. El 15 de marzo, día que se declaró el estado de alarma, debía haber acudido a San Mamés junto a su hijo después de que le tocaran dos entradas en un sorteo. No eran pases ordinarios. El menor iba a saltar al campo de la mano de los jugadores rojiblancos, una experiencia que espera que se retome. “Más que nada por la ilusión, yo nunca olvido el día que fui a San Mamés con mi aita ”, cuenta.
Nueva rutina
Reuniones telemáticas y lecturas científicas “para no ser un cuñao”
Matute trabaja intensamente desde casa, donde se ha establecido rutinas para la preparación de temas y coordinación del grupo de EH Bildu en el Congreso. Eso sí, reconoce que las reuniones telemáticas se le hacen “más cansadas” que las presenciales. Entre medio también cocina y juega mucho con sus hijos. “Nos quejamos mucho del estrés y la falta de tiempo, ahora podemos disfrutar de la cotidianidad”, explica.
Lector voraz, estos días se nutre de una literatura “más liviana”. La culpa la tienen los “análisis malditos del Gobierno” sobre la Covid y los muchos reportajes de epidemiólogos que engulle para “entender algo y aportar sin ser un cuñao ”. Tras ellos, necesita rebajar la intensidad. La muerte de Luis Sepúlveda le ha recordado el título La sombra de lo que fuimos , obra “muy tierna y amena” que va a volver a leer y recomienda.
Comenta con su pareja cómo su calle y toda Bizkaia habrían tenido un aspecto muy diferente estos días por la final de Copa entre Athletic y Real Sociedad, con los balcones engalanados y la ilusión latente, “momentos para vivir en un clima social”. A puerta cerrada o confinados, el choque perdería sentido: “Sin las sensaciones de la gente, no dejaría de ser sólo un partido de fútbol”.