El cementerio de El Pardo, el rincón del olvido
La exhumación del dictador
El lugar que acoge el panteón de los Franco se adentra en un parque natural habitado por jabalíes
Si Francisco Franco hubiera buscado el lugar más adecuado para descansar durante la eternidad ajeno al ajetreo cotidiano del Madrid que le sucedió es muy probable que no hubiese encontrado nada más tranquilo que el cementerio de Mingorrubio en El Pardo.
Como si quisiera que una vez muerto nadie le molestara, el dictador halló ese descanso en el rincón más recóndito de las proximidades del palacio que habitó. Y junto a la presa del embalse que lleva también el nombre del parque natural que ha protegido el entorno del invasivo urbanismo madrileño.
El camposanto, muy solitario, parece haber sido construido para olvidarlo apenas rebasadas su puertas
Allí donde habían sido enterrados grandes hombres de la dictadura y donde después lo serían muchos más, como Luis Carrero Blanco o Carlos Arias Navarro, quiso el general construir el panteón familiar, que se edificó en 1969 con cargo a las arcas del Ayuntamiento de Madrid, que entonces presidía el propio Arias Navarro. Aunque después, por motivos nunca aclarados suficientemente del todo, sus restos mortales fueron a parar a la basílica del Valle de los Caídos .
Sí fue conducido hasta el remoto y discreto camposanto el ataúd con el cuerpo de su esposa, Carmen Polo, en cuya tumba se hace mención a su título de señora de Meirás, fallecida en 1988.
La pequeña construcción, que acoge una capilla y una cripta subterránea con dos sepulturas, responde a un estilo moderno que hoy se antoja una mala actualización inspirada en el herreriano con el que se construyó el monasterio de San Lorenzo de El Escorial. Muy sencillo, austero, sin ornamentos ni artificios. No puede verse en su interior ni uno sólo de los símbolos que caracterizaron el franquismo. Dentro sólo puede leerse el bíblico “Yo soy el alfa y la omega”. Principio y fin. Nada que recordar. Casi pensado para ser olvidado tan pronto como se dejan atrás las puertas del cementerio.
El lugar nunca ha gozado de la simpatía de los herederos del dictador por su lejanía de la ciudad y por desprender una sensación de soledad que casi estremece. Es como un pequeño destierro en un pueblo donde, a pesar de su larga historia ligada a los Borbones, todo parece estar vinculado con el uso residencial que Francisco Franco le dio al palacio, custodiado por su Guardia Mora, y circundado por numerosas instalaciones militares que todavía hoy perviven, como la propia colonia de Mingorrubio, en tiempos habitada por los soldados que le protegían.
Además de la medida visita turística del propio palacio de El Pardo, perteneciente al ente estatal Patrimonio Nacional, el lugar es hoy concurrido punto de encuentro dominical en torno a media docena de restaurantes especializados en carnes de caza, algunos incrustados ya entre las encinas del parque natural.
No son pocos los que agotan la carretera más allá de la capilla del Cristo de El Pardo con el único objetivo de mostrar a los niños las manadas de jabalíes y los ciervos sueltos que pasean tranquilos por el terreno vedado a los caminantes. Más allá de los merenderos y del arroyo que forma el desagüe del embalse, la tapia del cementerio oculta una parte de nuestra historia escrita a base de nombres que pocos a día de hoy parecen querer recordar.
Como si pudiera borrarse sin más que el que hoy parece pulmón inagotable de la desbordante ciudad fue entonces refugio del gobernante, a quien su propia seguridad inquietó tanto durante tanto tiempo.
Curiosamente, ha sido la seguridad del panteón el argumento que los Franco han utilizado durante los últimos meses para reclamar que el cuerpo del dictador, en caso de ser inhumado de su cripta en la basílica del Valle, se quede en la catedral de La Almudena, en el corazón cristiano de la ciudad. La misma seguridad que no les ha inquietado en todos estos años por el estado en que pudiera encontrarse el ataúd de Carmen Polo o el propio panteón de la familia, muy fácil de reconocer a pesar de que no haya inscripción alguna sobre el nombre de sus propietarios.
Pero la seguridad es lo único que no inquieta a los habitantes de El Pardo. Y es que el pequeño pueblo integrado en el municipio de Madrid es un lugar apartado por donde no se pasa para ir a ninguna parte y en donde sólo habitan militares y los trabajadores de la hostelería.
Lo que sí les preocupa es que la inhumación en la silenciosa cripta torne el carácter solitario del cementerio y atraiga no tanto a los nostálgicos como a quienes quieran vengar sobre la tumba las muchas afrentas que el dictador cosechó entre las filas republicanas.