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Juan José Omella: “Europa debe acoger a quienes huyen del hambre y la guerra”

Europa en juego

El cardenal arzobispo de Barcelona aboga por la Europa multicultural e integradora y lamenta que los populismos utilicen el miedo de la gente

Juan José Omella

Ilustración: Mario Chaparro

Es uno de los cardenales más próximos al papa Francisco, quien le nombró arzobispo de Barcelona a finales de 2015 y le impuso el capelo en el consistorio de junio de 2017. Por la entrañable misericordia de Dios es el lema episcopal de Juan José Omella (Cretas, Teruel, 1946), quien vaticina en esta entrevista que la demografía nos llevará a situaciones completamente nuevas, sostiene que habrá que hacer un gran esfuerzo para comprender el Islam, considera que los populismos crean una dinámica del miedo y expresa su dolor por los pecados cometidos por quienes forman parte de la Igesia.

El que fuera líder de la extinta Unión Soviética, Mijail Gorbachov, dijo de Juan Pablo II: “Sin él no se puede entender lo que ha ocurrido en Europa desde finales de los años setenta”. ¿Cómo describiría usted lo que ha sucedido desde entonces hasta nuestros días?

El papa san Juan Pablo II, tuvo una especial incidencia en la forma como se ha desarrollado Europa en los últimos treinta años. Él supo intuir, desde su conocimiento de la sociedad comunista de su tiempo y de la experiencia eclesial en Roma, el desmoronamiento del telón de acero. Con su palabra y su ejemplo ayudó a hacer posible este cambio radical en Europa. El liderazgo espiritual del papa Juan Pablo II creó y tejió los puentes para hacer posible que la Europa dividida por modelos político-económicos opuestos iniciase una nueva etapa de progresiva unión e integración. El papa Wojtyla, con otros dirigentes europeos y el propio Gorbachov, supo vislumbrar el momento de cambio colaborando en la implantación de un nuevo paradigma en Europa. Una Europa sin muros ni fronteras, abierta al encuentro y consolidándose sobre los valores del humanismo cristiano que forjaron nuestro continente.

En la encíclica Slavorum Apostoli (junio de 1985), Juan Pablo II, rinde homenaje a la obra evangelizadora de los apóstoles eslavos San Cirilo y San Metodio -patrones de Europa junto con San Benito- como ejemplo que debe seguirse en las relaciones entre las Iglesias de Oriente y Occidente. Aboga por la unidad de las comunes raíces cristianas de Europa, raíces, que, según el papa Wojtyla en esta encíclica, son punto de referencia del que no se puede prescindir en todo intento serio de recomponer la unidad del continente. ¿Vamos hacia esa unidad o se están agudizando las diferencias?

Los santos Cirilo y Metodio fueron reconocidos como padres del cristianismo. Su gran labor fue la de sembrar la fe cristiana en los pueblos eslavos. Y esa fe cristiana es la que permitió el acercamiento entre la parte Oriental y la Occidental de Europa. De ahí que el papa san Juan Pablo II hablase siempre de los dos pulmones con los que respira Europa. Desde esta perspectiva debemos avanzar hacia una unión que sea respetuosa con la diferencia. En efecto, espero y deseo un proceso de unión que sepa armonizar la riqueza que significan las diferencias, haciendo que, en el futuro, podamos ver con esperanza que el camino iniciado por estos dos santos es la base de un nuevo orden, que ha de tener muy presente tanto el patrimonio espiritual cristiano como el patrimonio de la humanidad. Redescubrir nuestra riqueza común debe ayudarnos a consolidar y cohesionar la sociedad en el futuro. En este sentido, el papa Francisco, en reiteradas ocasiones, ha destacado que la relación con las Iglesias orientales puede y debe ayudar a hacer con ellas un camino de acercamiento hasta lograr la tan deseada unidad espiritual y social.

Europa se nos presenta como una sociedad envejecida y cansada; le falta un proyecto común ilusionante”

Al recibir el premio Carlomagno en el Vaticano en 2016, el papa Francisco se preguntó: “¿Qué te ha sucedido, Europa humanista, defensora de los derechos humanos, de la democracia y la libertad? ¿Qué cree usted que le ha sucedido?

Europa se nos presenta como una sociedad envejecida y cansada, donde se ha producido una pérdida de grandes ideales; una Europa a la que le falta un proyecto común ilusionante. Da la impresión que Europa se ve atrincherada en sí misma, incapaz muchas veces de encontrar mecanismos de esperanza, nuevas ideas de integración, soluciones económicas que ayuden a vivificar la sociedad. Creo que, como dice el papa Francisco, hemos de retomar la capacidad ilusionante de integrar. Separarse, dividirse es el camino más fácil y, a largo plazo, menos beneficioso para todos. Pero integrar exige saber apreciar la diferencia, renunciar a ciertos bienes temporales para poder crecer juntos. Creo que esta debería ser la gran obra de los políticos europeos: ser capaces de liderar nuestras sociedades en el camino de una creciente integración en la diversidad, en el respeto y en la fraternidad. Es necesario seguir avanzando juntos para hacer de nuestra Europa un lugar de oportunidad y un espacio de desarrollo en el que todas las personas encuentren un lugar digno en una sociedad más humana y fraterna.

¿Por qué cree que son cada vez más los países que anteponen sus prioridades a cualquier otro proyecto común? Es el caso de los Estados Unidos de Trump, pero también de Hungría, Polonia o Italia, uno de los países fundadores de Europa.

La casuística de los últimos años en el triple contexto de la economía, la inmigración y la natalidad ha provocado en los países afectados situaciones de malestar con una tendencia a proteger cada ámbito nacional. Es una reacción a lo desconocido, que ha sido aprovechada por los populismos para crear una dinámica de miedo, buscando soluciones en el aislamiento y la identidad nacional. Europa, después de dos grandes cataclismos, y bajo la inspiración del humanismo cristiano, fue capaz de superar tales dramas con la asunción de proyectos conjuntos como el de la integración europea. Por eso confío en que nuestra Europa, si no se encierra en sí misma, pueda, nuevamente, encontrar una solución a estos nuevos retos que nos plantea el momento actual. El grito del papa san Juan Pablo II en Santiago de Compostela en 1982 sigue siendo actual: “Europa, sé tú misma. Vuelve a encontrarte. Descubre tus orígenes. Aviva tus raíces. Revive aquellos valores auténticos que hicieron gloriosa tu historia y benéfica tu presencia en los demás continentes. Reconstruye tu unidad espiritual, en un clima de pleno respeto a las otras religiones y a las genuinas libertades. Da al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. No te enorgullezcas por tus conquistas hasta olvidar sus posibles consecuencias negativas. No te deprimas por la pérdida cuantitativa de tu grandeza en el mundo o por las crisis sociales y culturales que te afectan ahora. Tú puedes ser todavía faro de civilización y estímulo de progreso para el mundo”.

La demografía nos proyecta a situaciones completamente nuevas en la Europa del futuro”

El papa Francisco ha dicho: “El problema de Europa es que no crece, tiene un invierno demográfico grave. No tiene hijos, ni recibe emigrantes”. ¿Qué opina de la actitud de la Unión Europea, que no ha logrado alcanzar una política común en materia de inmigración?

Uno de los problemas de fondo de Europa es su demografía. El bajo índice de natalidad genera sociedades más envejecidas que deben compensar dicha situación con la recepción de emigrantes. La demografía nos proyecta a situaciones completamente nuevas en la Europa del futuro, situaciones que provocarán una mayor presencia de generaciones de personas provenientes de otras culturas, y que además tendrán una gran incidencia en las formas religiosas que adopten dichas sociedades en el futuro.Una política migratoria sana debe dar acogida a estas personas que huyen del hambre y de la guerra. Pero esta acogida debe hacerse con el corazón y también con la razón. Cada sociedad debe conocer su capacidad real de acogida, de manera que pueda llevarse a cabo una auténtica integración de dichas personas en las sociedades que los reciben. No podemos hacer campaña política con el drama de los emigrantes que se ven obligados a abandonar sus países de origen. Son hombres, mujeres y niños que deben ser atendidos, integrados, acogidos como cualquier ciudadano europeo. No puede ser que acojamos inicialmente –con foto incluida- y, pasados unos meses, no sepamos qué hacer con ellos, hasta el punto de dejarlos vagabundear solos por nuestros pueblos y ciudades. Hoy, más que nunca, es necesario impulsar activamente las inversiones económicas en los países africanos. Una inversión que vaya acompañada de medidas tendentes a acabar con la corrupción. La dignificación de África acabará con el drama de la inmigración irregular.

¿Cree que hay miedo al Islam?

Siempre hay miedo a lo diferente y el Islam que se nos presenta con cierta asiduidad, lamentablemente, va unido a la imagen del radicalismo. El auténtico Islam, que practican millones de personas, aboga siempre por la paz y la convivencia. Habrá que hacer un gran esfuerzo para comprender el Islam en su sentido más profundo. No se puede instrumentalizar a Dios para aterrorizar a nadie ni imponerlo por la fuerza. Hoy más que nunca es necesario abogar por el derecho a la libertad religiosa proclamado en el artículo 18 de la Declaración Universal de Derechos Humanos: “Este derecho incluye la libertad de cambiar de religión o de creencia, así como la libertad de manifestar su religión o su creencia, individual y colectivamente, tanto en público como en privado”. Ojalá seamos capaces de seguir avanzando por este camino de respeto y libertad.

¿Preferimos inmigrantes de nuestra misma cultura, lengua y credo?

Es muy humano preferir aquello que es común y cercano. Pero la inmigración no es una cuestión de preferencias, es la que es y nos toca saber acoger a los que acaban de venir, primando lo que nos une y ayudándoles a conocer y amar nuestra cultura. Es preciso acoger, proteger, promover e integrar la población inmigrada. Inmigrantes podríamos serlo usted o yo.

Siempre hay miedo a lo diferente. Habrá que hacer un gran esfuerzo para comprender el Islam”

¿A qué atribuye usted el auge de los populismos, mayoritariamente de extrema derecha en Europa? ¿Cómo cree que se puede contrarrestar este auge?

Como le comentaba antes, el miedo, en un contexto de crisis, de cambio acelerado y constante, junto a fenómenos nuevos, ha originado unos movimientos políticos que lo utilizan, lo modelan y lo simplifican. No hay soluciones sencillas a problemas graves. No hay soluciones simples a la crisis social y económica que estamos viviendo. No nos creamos a los que tratan de ofrecernos recetas mágicas que pasan por caminos de exclusión del otro. Eso es lo que intentan los populismos. Ellos detectan un enemigo, un culpable ajeno a nosotros y nos presentan una solución a los conflictos sin renuncias ni esfuerzos personales. Eso no es posible. No podemos dejar que los populismos se aprovechen de nuestro malestar y hasta de nuestra indignación. Debemos encontrar otro medios más eficaces para canalizar nuestro malestar.

¿Cree usted que el proyecto de Europa está en peligro?

Creo en la fortaleza de las convicciones europeístas de la mayoría de los ciudadanos. Creo, espero y deseo que sepamos valorar el camino recorrido en Europa desde la Segunda Guerra Mundial, valorar todo aquello que hemos conseguido y no podemos perder.

¿Y la democracia liberal?

La democracia, aunque tenga deficiencias, es el mejor sistema de gobierno del que nos hemos podido dotar nunca. No se me ocurre otro escenario. Pero hemos de dar a nuestras democracias un mayor sentido de participación y una mejor capacidad de distribución de la riqueza general, integrando, aceptando, ayudando; palabras que nos llevan al reconocimiento del más necesitado. Hemos de trabajar para dotar a nuestra democracia de transparencia y para evitar por todos los medios que se pervierta. La democracia ha de servir al bien común del pueblo. Se pervierte cuando algunos la convierten en plataforma para acceder al poder al margen del bien común y de las necesidades e intereses de los ciudadanos.

¿Cómo imagina el futuro de Europa?

Un futuro de superación, de esperanza, donde los diferentes pueblos y culturas encajen en un orden de valores humanos que se sobreponga al miedo, creando un espacio de colaboración y compromiso entre ellos. Y nuestra responsabilidad no es imaginarlo, sino hacerlo realidad entre todos.

Los populismos utilizan el miedo, lo moldean y lo simplifican. No creamos a quienes tratan de ofrecernos recetas mágicas”

La crisis económica y financiera de 2008 se ha convertido en una crisis política y social. ¿Cómo cree usted que puede superarse?

Desde la Iglesia creo que nuestro papel es el de acompañar, pase lo que pase, a todo el Pueblo de Dios. Y creo que un camino necesario para salir adelante es poner en el centro de la actividad política, social y económica a la persona humana y atenderla en todas sus dimensiones: intelectuales, afectivas, psicológicas y espirituales. Necesitamos recuperar los valores humanos y cristianos que nos han permitido avanzar por los caminos de la paz, de la libertad y de la defensa de los derechos humanos, sabiendo que cuando nos hemos alejado de esos valores han llegado cataclismos: guerras, campos de concentración, etcétera.

¿Cree que los ciudadanos de a pie, que han visto cómo quebraban sus cajas de ahorro, se producían desahucios, han vivido las cláusulas suelo o las preferentes se han sentido desamparados por sus gobernantes?

Ante la crisis económica tan severa que les ha tocado vivir de cerca, muchas personas se han sentido desamparadas por sus propios gobiernos. La crisis sufrida debería hacernos crear unas condiciones óptimas para promover un modelo de vida esperanzador, especialmente para los más jóvenes. Es necesario ofrecerles unas ciertas garantías en sus condiciones de vida para que se puedan desarrollar como personas. Solo de esta manera podrán iniciar sus proyectos vitales y familiares. Ante un mundo tan cambiante, es necesario potenciar aquellas instituciones que aseguren una cierta estabilidad social y personal. Hoy, más que nunca, se ha de fortalecer la estabilidad familiar, apoyando a los matrimonios en sus momentos de crisis y potenciando la natalidad, que siempre es fuente de esperanza y de alegría. Hoy es realmente necesario proteger y fortalecer la dimensión espiritual de la persona humana, que le permite descubrir y potenciar lo mejor de ella misma en bien de toda la sociedad. Creo firmemente que recuperando estos mínimos se reestablecerá la confianza, la esperanza y la ilusión. Me consta, no obstante, el nivel de sufrimiento y de compromiso de tantos buenos políticos ante estas difíciles situaciones.

La tecnología, bien utilizada, nos puede ayudar a llegar cada vez más lejos en la lucha contra la desigualdad”

Globalización, disrupción digital…La brecha de la desigualdad está aumentando. ¿Cree que tiene remedio? ¿Qué propone?

No tengo una varita mágica. ¡Cómo me gustaría tenerla y que me permitiera extender la paz y el bienestar a todo el mundo para combatir la desigualdad! ¡Ojalá! Lo que sí podemos hacer es afianzar nuestro compromiso en la lucha contra esa desigualdad en nuestro entorno más cercano. Aquello de actuar localmente para incidir globalmente es muy válido, especialmente ahora gracias a los instrumentos tecnológicos disponibles que, bien utilizados, nos pueden ayudar a llegar cada vez más lejos. La solidaridad y el combate a la desigualdad son la mejor manera de luchar por un mundo mejor, por un mundo en paz. La combinación de injusticia y desigualdad es la fórmula ideal para acabar con la paz, implantando la inestabilidad social y la inseguridad. Todo cambio empieza con el compromiso de cada persona.

Todo ello ocurre en un momento en el que la secularización sigue avanzando. Parece que todas las instituciones están en crisis. Incluida, por supuesto, la Iglesia. ¿Ha cometido algún pecado la Iglesia? ¿Ha hecho propósito de enmienda? ¿Cómo vive esta situación la Iglesia y qué hace para no nau fragar?

La Iglesia es un organismo vivo, formado por millones de personas que la modelan desde cada comunidad cristiana y cuya misión es seguir la llamada de Dios. Humana para errar, efectivamente, y así ha ocurrido durante toda su historia. Pero la Iglesia también es divina, es decir, es portadora de la fuerza y el amor de Dios. Sí, el tesoro del amor de Dios lo llevamos en vasos de barro, tal como dice san Pablo. Me duelen, como duelen a tantos cristianos, los errores y pecados de quienes formamos parte de la Iglesia. Pero me alegra la santidad de tantas personas, de esos “santos de la puerta de al lado”, como los llama el papa Francisco, personas que sin ruido hacen el bien y reparten esperanza a su alrededor, trabajando por crear un mundo en paz, en justicia y en libertad. Son como pequeños rayos de sol que iluminan el horizonte de nuestro entorno. Y sabemos, mejor dicho, experimentamos diariamente, que la fuerza para seguir adelante viene del Espíritu Santo. Sin esa fuerza, la Iglesia no hubiese podido salir de las diferentes crisis que ha padecido a lo largo de su historia. La Iglesia, la familia de todos los cristianos y cristianas, quiere seguir siendo compañera de camino de los hombres y mujeres de nuestro mundo, ofreciéndoles el mejor tesoro: Jesucristo, camino, verdad y vida, esperanza de la humanidad.

Me duelen, como a tantos cristianos, los errores y pecados de quienes formamos parte de la Iglesia”