¿Quién se hubiera atrevido a pronosticar, en tan bella tierra -el Alt Empordà-, que unas rebeldes y crípticas pinceladas en el cielo de uno de sus más perfectos dominios -Portbou, el último pueblo mediterráneo de Catalunya- iban a eclipsar a sus pedregosas calas, su coqueto casco viejo y su histórica estación?
¿Quién, cámara en mano -o en su defecto un smartphone con el depósito verde-, osaría imaginar aterrizar en este icónico municipio gerundense y no tener más remedio que ignorar lo terrenal para invertir los flashes en lo celestial?
Portbou -en su sano juicio-, junto a la bravura de sus siniestradas costas, la furia de sus vientos, las huellas de los mil pueblos que han fantaseado con el final del muro pirenaico y ese inconfundible perfume a frontera, es uno de los lares marítimos más poéticos de nuestra geografía, vaya por delante.
Escenario del último adiós a los exiliados de guerra que jamás volverían a pisar suelo español y luz al final del túnel para quiénes -años después- aquí encontrarían la paz que sus patrias denegaban, los ladrillos de Portbou se cimientan sobre emociones fuertes y las más aleatorias raíces.
Allí falleció -en no esclarecidas circunstancias- el filósofo judío Walter Benjamin -a quien el Memorial Passagen de Dani Karavan, una escalera hacia el mar con una puerta de cristal, rinde homenaje-.
Allí merodeaba Dalí en busca de nuevos relojes que fundir y, también allí, avispados comerciantes de tabaco, alcoholes, ropas y cueros se bañan en oro ante la igualmente sagaz demanda francesa.
Turísticos son la iglesia de Santa María -obra neogótica de Joan Martorell-, que hospeda a la Virgen esculpida por el conocido hijo de Portbou Frederic Marès, y el puerto deportivo, sobrepoblado de llaguts catalanes como marcan los cánones de belleza ampurdaneses -la pesca en estas canoas está demodé-.
Como se intuye a partir de estas fotografías de Mar Rovira para Las Fotos de los Lectores de La Vanguardia, no es recomendable dejar escapar la oportunidad de visitar Portbou.
Elijan, eso sí, una tarde en que un cielo superfluamente folclórico no perturbe la atención que merece este incomparable lugar.
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