Puesto a preguntarme qué hace un presidente saliente, ya fuera de ejercicio, me respondo: más bien poco. Muy poco en consideración con lo que podrían aportar. Por eso me descubro ante los buenos expresidentes de todos los tiempos, contados con los dedos de una mano. Fue el caso de F. Roosevelt, que empeñó a EE.UU. contra el nazismo. De Mújica en Uruguay. O ahora de Carter. Él demostró después de dejar la Casa Blanca cómo se puede vivir en la misma casa de siempre, empeñado en servir
a las democracias y a los menos afortunados. Le tocaron años muy difíciles, fundamentalmente con la pobreza que genera la inflación. Pero gestionó siempre desde la honestidad y la honradez, en aras del bien común. No puede ser un mal presidente un tipo
que fue bueno. Algo muy distinto en quienes precisamente ganan las elecciones. Y si no, prueben a mirar a su alrededor. Cada vez estoy más convencido de que alcanzar la presidencia es el medio para los interesados, y no el fin. El fin de fiesta les viene a partir de entonces.
Enrique López de Turíso
Vitoria