Cuando oí que se calificaba de tongo el Balón de Oro otorgado a Ronaldo pensé en el contraste entre el ayer y el hoy de una palabra que gozó de un extraordinario predicamento popular. "El público almeriense, muy apasionado y susceptible gritó: '¡Tongo, tongo!' cuando el marcador se situó en 0-2", escribía Lluís Lainz en la crónica del Almería-Barça (2-5) de abril de 1981 en La Vanguardia. "¡Tongo, tongo!" es -o era- un grito clásico del público para denunciar el resultado fraudulento de un partido, de un combate de boxeo, de unas elecciones.
Hoy se habla más de maletines, de mafias, de jugadores que se dejan comprar y de primas que son sobornos. Todo eso es el tongo, un engaño urdido bajo mano que falsea cualquier competición deportiva, pero la palabra no se utiliza tanto como en la primera mitad del siglo XX, cuando se afirmaba que la profesionalización del deporte favorecía la estafa de dejarse ganar por dinero. En las hemerotecas de Mundo Deportivo, La Vanguardia y el semanario humorístico Xut! se encuentran muchos ejemplos de tongo desde los años 20, referidos principalmente al boxeo, un deporte que arrastraba grandes multitudes y a menudo era el primer titular de las páginas deportivas. Genovés, el crack de Gràcia, y Paulino Uzcudun llenaban la Monumental, el Olympia y el estadio de Montjuïc. De aquel hervor, que se fue apagando a lo largo de siglo XX nos queda una rica fraseología de uso común (tirar la toalla, golpe bajo, ser un peso pesado, ganar por puntos, quedar KO, salvarse por la campana...).
Como el boxeo movía cantidades enormes de personas y de dinero, el tongo era una sospecha habitual si parecía que los dos púgiles no habían luchado con bastante arrojo, aunque acabaran con la mandíbula rota y las costillas maltrechas. Había también una intensa afición a la lucha libre, especialmente al catch a cuatro, que era la modalidad de parejas. Era pura comedia, el espectáculo consistía en una repertorio de llaves presuntamente bárbaras que eran jaleadas por el público. Si no satisfacían las expectativas,retronaba el grito de guerra unánime de "¡Tongo, tongo!", que también formaba parte del espectáculo.
La palabra tongo viene de Argentina, concretamente del lunfardo, el habla argótica de Buenos Aires que está tan íntimamente unida a la edad de oro del tango. Puesto que significaba trampa, engaño que se hace en el juego, yo veía una conexión entre aquella Argentina y el esplendor que el tango conoció en Barcelona, personificado en la amistad de Josep Samitier y Carlos Gardel. Pero el tongo deportivo es anterior. En 1925, el diccionario de la Real Academia Española lo definía así: "Trampa que hace el pelotari, o el jinete en las carreras de caballos, aceptando dinero para dejarse ganar". ¡El pelotari! Eso nos lleva a otro juego popularísimo, el frontón que yo todavía he conocido como saco en Barcelona. Tan popular era que sospecho que la preferencia del español por balón viene de diferenciarlo de pelota, como deporte sinónimo de pelota vasca.
En 1894 se publicó en Madrid un libro de Daniel Rodríguez, Leinad, que lleva un título y un subtítulo muy explícito: "El juego en los frontones. Empresas y pelotaris. El tongo. Las apuestas. El nuevo reglamento, lo que falta por reglamentar". Encuentro este fragmento en la web pilotarien-batzarra.com: "El tongo no es sólo el venderse un pelotari; es todo aquello que defrauda las esperanzas del público. Defrauda el pelotari enfermo que sale a la cancha para poder cobrar su premio. El que durante un partido se sienta con frecuencia sin estar cansado. El que abandona la cancha bajo pretexto de cambiarse de camisa o de alpargatas". Fútbol, boxeo, frontón, no está nada mal el poder de evocación de una palabra que atraviesa todo el siglo XX con una estela de pasiones.
¡Tongo, tongo!
POR LA ESCUADRA
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