Las primeras semanas de Donald Trump han sido una vorágine de órdenes ejecutivas encaminadas al control total de Estados Unidos y de tanto mundo como se pueda, en función de los intereses y los instintos básicos de él y sus acólitos. En los artículos que durante meses he publicado en este diario he venido advirtiendo de que era muy probable que ganara Trump y de que el 5 de noviembre pasado cambiaría el mundo. No se trata de otra Administración, sino de un gobierno rupturista con el orden establecido (menos el capitalismo, que es lo suyo), trastocando las reglas del juego político y geopolítico. Ahora estamos reaccionando, un poco tarde en mi opinión, pero aún hay tiempo de revertir una tendencia que amenaza al planeta, al orden internacional y a la dignidad humana en su conjunto.
Y sin embargo, el poder acumulado es de tal envergadura y la ferocidad y la velocidad de las agresiones en todos los sentidos son tales que hay confusión, depresión e incluso miedo en amplios sectores. Pero la batalla no hace más que empezar si guardamos lucidez, entendemos de qué enemigo se trata (es nuevo) y actuamos con la misma determinación que Trump está mostrando. Lo primero es saber cuáles son sus puntos vulnerables.

En Estados Unidos la oposición más efectiva a su intento de dictadura fáctica es el sistema judicial. Aunque el Tribunal Supremo es de mayoría conservadora, no ocurre lo mismo con los jueces federales de distrito y los tribunales de apelaciones. Biden nombró muchos más jueces que los republicanos durante su presidencia. Y son estos jueces los que están aplazando temporalmente los despidos masivos de funcionarios o rechazan disposiciones inconstitucionales como negar la ciudadanía por derecho de nacimiento en el país. En el Tribunal Supremo, solo tres de los nueve son trumpistas, de modo que no hay mayoría asegurada en temas polémicos.
Políticamente, su apoyo popular es frágil y las elecciones legislativas están a dos años vista. Aunque Trump ganó ampliamente la elección en el colegio electoral (arcaico sistema no representativo), en el voto popular ganó por 49,97% a 48,36%. Sin embargo, los demócratas están desmoralizados, divididos y sin líderes. Necesitan tiempo para rehacerse.
Pero, por otra parte, la hegemonía de Trump depende de mantener unido el movimiento trumpista. Aquí ya surgen fracturas. Porque el componente más importante es la clase obrera industrial golpeada por la globalización y en revuelta contra los privilegios de las elites. Trump cometió el error de apoyarse en Musk, que es la expresión elitista más odiada. Y darle excesivo poder. Ya hay reacciones espontáneas de boicotear Tesla (pobre ingeniero Tesla, con lo bueno que era), cuyas ventas y acciones han caído en picado.
Surgen fracturas en el trumpismo: la clase obrera industrial es contraria a las élites y Musk las encarna
Los ministros del Gobierno han pedido a Trump que Musk no interfiera en sus departamentos. Y Steve Bannon, el más radical nacionalpopulista, ha vuelto a la escena, movilizando a las bases populares frente a la alianza contra natura con Silicon Valley, en particular oponiéndose a toda inmigración.
Internacionalmente, Canadá, México, China y Groenlandia han plantado cara (aunque Trump sigue empecinado con esta última). Y Europa (incluido el Reino Unido) ha reaccionado por fin y está intentando crear una política común independiente, con los necesarios recursos militares. A condición de que esté dispuesta, a la De Gaulle, a defenderse contra cualquier intento de dominación venga de donde venga.
Y en fin, hay el factor humano: Melania. Es público que no soporta a su marido (recuerden su sombrero en la inauguración). Por ahora le conviene contemporizar, por su hijo Barron. Pero le llegará el día en el ocaso del aspirante a tirano.
No hay que despreciar al enemigo, aunque tampoco hay que temerlo en exceso. Pero es necesario contrarrestarlo con otra política y otros valores, aprovechando sus puntos débiles. Ahora. Porque Vance es aún más peligroso.