En el uso incorrecto accidental o intencionadamente de una palabra en lugar de otra que suena parecida está la señal más evidente de que uno se hace mayor. Con ejemplos se entiende mejor: que la suegra te diga que vives en la calle Robert De Niro en vez de Rubén Darío; que tu abuelo vaya a comprar tornillos a El Rey Merlín y no al Leroy Merlín; que te aconseje llevar al niño al ludópata para que hable bien, o que alguien admita que le gustan los toreros “que están en el candelabro”, marca registrada de Sofía Mazagazapos. Viene enseguida a la cabeza, también, Perro Sánchez.

.
Este fenómeno se conoce como malapropismo. Palabra acuñada a partir de la señora Malaprop, de la comedia The rivals, de Richard Brinsley Sheridan, que era muy aficionada a ello (y afectada).
En Bluesky han brotado señoras malaprops encarnadas en gente de edad, o quizá no tanta. Mucho más en abuelas y madres que en abuelos y padres. Un primer comentario de @bensonsenora señalando que su madre acababa de pedir en la perfumería un frasco de “Margaret Thatcher” para uno de “Elisabeth Arden” fue la primera piedra.
Así, tenemos que la madre de un campeón de España en halterofilia murió diciendo siempre que su hijo lo era en filatelia; un abuelo, que el dictador se llamaba Saddam Jesulín; otro, que Pedro Dálmata es Sergio Dalma; que la yaya se ponía Bilis en el vaso desde una botella de crema irlandesa Baileys, y que un señor murió de un fallo multiorgásmico.
También que la película favorita de una madre era Priti walkman y que a un abuelo le encantaban las de Melon Blando y las de Carlos Gestos, y que hay farmacéuticos que tienen que hacer frente a que les pidan Hello Kitty en lugar de Gelocatil, neoprenos para el dolor de cabeza y locutorio Kinki Láser.
La sección grandes superficies no queda indemne. El abuelo que pide yogures adulterados, “y la dependienta lo entendió por ciencia infusa acompañándolo donde estaban los edulcorados”; la abuela a la que le gustaba ir al supermercado Macabro, y los múltiples nombres para el Leroy Merlin: Merlín Monroe, Lili Marlen, Lerín Leroy, Leroy Berlín o El Rey Merlín, por decir algunos.
Y después, están las que pasan de todo y si saben que la serie se llama Bola de Drac dirán El Sodoku porque para ellas es El Sodoku y punto. Así como ir al Schlecker era ir a “el innumerable”.
¿Equivocaciones? Sí, pero a menudo intencionadas. Y si al principio no eran buscadas, luego lo fueron. Cuando uno ya tiene una edad no tiene ninguna necesidad de complacer socialmente ni de expresarse canónicamente. Abuelos y abuelas, por mucho que se les rectifique, dirán lo que les dé la gana, malapropistados, porque la mayoría así lo quieren y así quieren vivir el día a día.
Abuelos, abuelas, la gente de cierta edad tienen licencia para no decir las cosas cotidianas por el nombre que corresponde. Se lo han ganado. Decirlas como toca ya se lo reservan para aquello que les preocupa y que les mosquea soberanamente: que aquello de allí es una invasión, no una “operación militar especial”, que lo que busca el de la cara naranja es una capitulación, y no una “paz duradera”, y que aquello de más allá es un genocidio.
Hay ternura en todos estos testimonios de Bluesky. Porque se les quiere y aprecia así, con esta actitud vital, deliberadamente incorrectos, y no con una corrección impuesta.