La impresión que se tiene leyendo prensa estadounidense estas semanas es la de unos periodistas tratando de achicar los efectos de un tsunami con cubos de playa. Ante la magnitud de lo que está pasando, un tirano y su corte de descerebrados desmontando el Estado de derecho y jugando a ver cuántos colectivos vulnerables pueden atropellar en un día y cómo pueden hacerlo de la manera más doliente y ofensiva, aparece, detrás, un reportero con su tecladito tratando de contarlo con las reglas y los modos de antes, como si ese fuera un Gobierno normal y sus acciones fueran ordinarias.

Trabajadores de la Agencia para el Desarrollo Internacional (Usaid) despedidos por la Administración Trump
Algunas de las piezas más valiosas que se publican, y que servirán para dejar testimonio del derrumbe, son las que se dedican a los perfiles de los funcionarios que pierden sus trabajos estos días a manos de la motosierra de Elon Musk. Politico ha escrito sobre el investigador que trabajaba (ya no) en un proyecto para reducir las muertes en carretera, sobre las mil personas que ya no trabajarán en los parques nacionales, los expertos en necesidades especiales que ya no tendrán nada que hacer en el diezmado Departamento de Educación.
Es natural que los populismos, con o sin motosierra, alienten una idea tan arraigada
The Washington Post ha estado entrevistando a funcionarios recién despedidos preguntándoles qué es lo que hacían. Jared Blockus, de 30 años, atendía a los veteranos del ejército, algo que puede tocar la fibra del más trumpista. Neesha Regmi, de 33, investigaba tormentas geomagnéticas; Erin Williamson, de 46, ayudaba a los agricultores a beneficiarse de ayudas del Estado que también van a desaparecer. Duele aún más leerlo en ese periódico que está convirtiendo su sección de Opinión en un órgano de propaganda de Trump por decisión de su dueño, Jeff Bezos, que no quiere perder su puesto privilegiado en la pandilla de tecnobros que rodean al presidente.
El odio al funcionario es una de esas creencias que están muy arraigadas y funcionan de manera transversal. Se dan en todos los países (de manera muy específica, en este) y entre gente muy diversa. Es natural, pues, que los populismos alienten esa tirria, con motosierra o sin ella, que ya anida en el pack de valores profundos de muchos votantes. Esa gente que siempre sospecha que un trabajador público se dedica, desde que ficha hasta que se va, a malgastar sus impuestos con una mezcla de vagancia e incompetencia.