Escuchamos, no juzgamos...

Mejor que haya pasado el día de la Mujer, que todavía falta mucha concienciación. Casi todas las mujeres de mi entorno trabajan o han trabajado no solo en su casa. Aunque a veces se oiga el comentario de “cómo me gustaría un marido que me mantuviera”, es del tipo “si me tocara la lotería”. Además, también he oído a más de un hombre decir que no le importaría ser un mantenido y vivir sin trabajar. 

Vivo en un entorno en el que no trabajar no es una opción, al contrario, trabajar se inscribe en el desarrollo personal. Otra cosa es cómo luego se comporte con cada uno el complejo mercado laboral. Por eso, solo me cabe aplicar la premisa que corre en las redes de “escuchamos, no juzgamos”, excusa que puede amparar cualquier cosa difícil de aceptar sin criticar.

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Y es que en Estados Unidos, y se ha observado asimismo en otros países desarrollados, hay una corriente creciente, que ya empezó antes de la covid, de mujeres jóvenes que argumentan que no quieren trabajar. Y eso que en EE.UU. los sueldos son superiores a los de aquí y el paro entre las menores de 25 años es cuatro veces inferior.

Las razones esgrimidas por esas mujeres son diversas, desde las de influencia religiosa o de ideología ultraconservadora a que se acogen las tradwives, a otras aparentemente más modernas e incluso envueltas en feminismo. Dan por seguro que igual que han hecho sus padres, un marido las mantendrá –muchas dicen aspirar a hombres que ganen “seis cifras al año”, más de 100.000 dólares, aunque el salario promedio está en torno a los 70.000–. Aseguran que la obligación del hombre es “proveer” y la de ellas cuidar de la familia, el hogar y de sí mismas, que ya es mucho.

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Son mujeres blancas y negras, que parecen ser de nivel económico y educativo medio o bajo. No expresan deseos de independizarse; les resulta ofensivo que la pareja no les pague absolutamente todo desde la primera cita o que no vaya poniendo bienes a su nombre. Cuando se separan, buscan a otro baby daddy y pelean por las pensiones de manutención. También hay chicas jóvenes que trabajan, pero en empleos de mínima exigencia, los llamados lazy girl jobs. Rehúyen ocupaciones que exijan dedicación o una carrera profesional.

Entre quienes estudian estas tendencias hay valoraciones distintas, como que las jóvenes de hoy son más vagas y consentidas; que viven en un mundo irreal; no quieren vivir para trabajar para no salir de pobre como les pasó a sus abuelas o a sus madres, las supuestas superwomen; o que es una rendición ante un mercado laboral precario en el que siempre se las explotará y encontrarán techos de cristal.

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