En el Romea de Barcelona ha recalado de nuevo la Compañía Nacional de Teatro Clásico, en esta ocasión para representar El gran teatro del mundo , de Pedro Calderón de la Barca, con dirección de Lluís Homar y dramaturgia de Xavier Albertí, Brenda Escobedo y el propio Homar. Tienen ustedes todavía una semana entera de plazo para ir a verla, lo que les recomiendo vivamente, porque el montaje vale mucho la pena. Los actores están muy bien, aunque el tema de decir el verso es complicado en este país nuestro. No somos ingleses. Y o declamamos con la voz impostada y casi petulante o rapeamos atropelladamente sin que se acabe de entender lo que se dice. Con un problema añadido, que es el de que ya no son las nuevas generaciones de actores y actrices capa- ces de proyectar la voz como antes. O eso, o que yo he perdido mucho oído, que también es así. Pero vamos, el elenco en esta obra está excelente, y se nota que estrenaron en Almagro y que llevan ya a sus espaldas bastantes funciones.

La representación, que incluye un percusionista y algunos fragmentos musicales –la dirección musical también es de Xavier Albertí–, funciona como una maquinaria bien engrasada, a la que colaboran la escenografía, la iluminación y la propia disposición física de la sala del Romea. Y si todos los actores están bien, creo que es de justicia destacar a Carlota Gaviño como el Mundo y muy especialmente a Antonio Comas en su papel del Autor, es decir, de Dios. Y realmente consigue estar como Dios –con perdón– en un papel que le viene perfecto a este cantante lírico que no rehúye el riesgo –sus actuaciones junto con el ya fallecido Carles Santos eran memorables– y que se descubre, al menos para mí, como un consumado actor que debería ser tenido en cuenta y aprovechado, porque tiene una presencia escénica que va mucho más allá de su bien timbrada voz.
‘El gran teatro del mundo’, de Calderón, es una sólida lección moral que sigue viva muy viva
Aquí les dejo, por si quieren recoger ese guante, el elogio y la recomendación, pero ya me imagino que más de un lector habrá, al menos, enarcado una ceja ante la peregrina idea de proponerles un auto sacramental del siglo XVII. ¡Calderón de la Barca y a estas alturas!, habrá exclamado alguno. Y ese es otro, uno más, de nuestros consuetudinarios despropósitos. Porque Calderón no solo fue un innovador de la escena y de la técnica teatral, sino que se atrevió también con usar música y escenografía y con aligerar de personajes, subtramas y versos un teatro que se convirtió en el mayor referente europeo sin duda alguna.
En El gran teatro del mundo , el propio Dios, el Autor, reparte los papeles que habrán de representar una serie de personajes que serán investidos en escena y que acabarán dando una sólida lección moral explicada en versos de una contundencia que sigue viva casi cuatrocientos años más tarde. En parte drama, pero también comedia, es este un auto sacramental vuelto del revés, que probablemente fue escrito en la década de 1630. Sería, por lo tanto, coetáneo de La vida es sueño , la obra más conocida y popular de Calderón de la Barca. Y comparte preocupaciones filosóficas y una visión de la fe y la religión que, si bien es deudora del concilio de Trento, no es un dislate decir que bebe también de la toma de conciencia de la Reforma protestante.
El gran teatro del mundo entronca con la tradición del mundo como obra de teatro. El Theatrum Mundi donde todos debemos representar un papel. Y creo que es irrefutable que fue la inspiración de Luigi Pirandello para sus Seis personajes en busca de autor . Es una idea que atraviesa El banquete de Platón, que discute con Sócrates si nuestra vida es más comedia o más tragedia, pasa por Petronio y llega a La comédie humaine , el magno empeño narrativo de Balzac, para acabar, de momento, en el pesimismo de Schopenhauer y las angustias existencialistas.
Menéndez Pelayo quiso convertir a Calderón en el máximo exponente de la España religiosa y antiliberal, pero no hay más que leerlo o escucharlo para entender que su potencia y su elocuencia no están al servicio de otra causa que la del hombre y su conciencia. La obra, no importa si se concibió para ser vista durante la festividad del Corpus, es de una vigencia y una modernidad extraordinarias.
Obrad bien, que Dios es Dios.