La dictadura como solución
Hubo un tiempo en que la democracia era un sueño por conquistar. Un tiempo en que la libertad de pensamiento no era un derecho, sino un riesgo. Quienes vivieron aquellos años saben lo que significaba hablar en voz baja o temer a la policía.
Pero hoy, la juventud catalana no teme a la dictadura. O, al menos, un 40% de ellos afirma que no la vería mal. No les asusta la pérdida de derechos ni libertades. No porque sean crueles ni indiferentes, sino porque no saben lo que significaría vivir sin lo que ahora dan por sentado.
Y aquí emerge la pregunta incómoda: ¿qué hemos hecho mal? Los padres, los maestros, la sociedad entera. Criamos a una generación con la promesa de que vivirían mejor que nosotros, pero les entregamos un mundo roto. Precariedad, una política convertida en un circo de egos y escándalos. Si la democracia debía ser la garantía de bienestar, ¿por qué sigue habiendo jóvenes que ven su futuro en un callejón sin salida?
Nos sorprende que añoren la falsa seguridad del autoritarismo. Que miren con recelo una democracia que parece más un juego de poder que un sistema justo. Y hemos sido nosotros.
Hemos criado a hijos sin autoridad, sin límites, sin la capacidad de frustrarse
Hemos criado a hijos sin autoridad, sin límites claros, sin la capacidad de frustrarse y aprender a gestionar el fracaso. Les dimos libertad pero sin responsabilidad. La educación pasó de ser un espacio de aprendizaje a un campo de batalla entre padres, profesores y chavales que no aceptan un “no” por respuesta. Y ahora, cuando se enfrentan a un mundo hostil, no buscan soluciones, buscan un orden impuesto.
Y la tecnología es la trampa, una realidad paralela donde la verdad es moldeada por algoritmos. Han crecido con la inmediatez de las pantallas, con el acceso a discursos extremos que, sin contexto ni memoria, se convierten en dogmas. La historia ha dejado de aprenderse en los libros y se ha transformado en vídeos de TikTok de 30 segundos. La pregunta no es por qué un 40% de los jóvenes aceptarían una dictadura, sino por qué hemos dejado que dejen de creer en la democracia.
Si queremos cambiar esto, no basta con indignarse. Hay que devolverles el futuro que les prometimos. Hay que recuperar la autoridad, pero no desde la imposición, sino desde el ejemplo. Porque quien no conoce el pasado está condenado a repetirlo.