Hay muchas cosas que hace bien El minuto heroico, la serie documental que ha dirigido Mònica Terribas para Max sobre las mujeres que pudieron dejar el Opus Dei. El tono es sobrio; el ritmo, ágil, y hasta funcionan por una vez las escenas dramatizadas, que suelen ser la pendiente por la que se deslizan hacia el teatrillo true crime muchos documentales similares.
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Pero el mayor acierto de la serie de Terribas está en la elección de los testimonios. Escuchando de primera mano las historias tenebrosas de las mexicanas Raquel Barrios y María Elena García, de las irlandesas Teena Fogarty y Claudine Maguire, de las catalanas Marta Ribes y Fátima Navarro, se accede a una parte del relato sobre la Obra que no suele estar tan presente en las conversaciones ni en el concepto que se tiene de esa organización. En el imaginario común, el Opus Dei se ve como un club de familias poderosas conservadoras que se cubren las espaldas unas a otras y se perpetúan en posiciones de mando gracias a su tupida red de contactos. Ahí están los ministros de Franco y los consejeros delegados de hoy para perpetuar esa idea.
Qué alivio saber que ellas salieron de ahí, tras mucho sufrimiento, en su minuto más heroico
Estas entrevistadas en concreto no saben nada de eso. Ellas fueron numerarias auxiliares (en el caso de Ribes, solo aspirante), la figura que ideó el fundador, Escrivá de Balaguer, para asegurarse de que todos esos centros de la Obra tenían mano de obra gratuita que los mantuviera en orden. A esas mujeres de clase trabajadora ya se las capta con esa función. Nunca van a formar parte de las élites que se forman en sus escuelas de negocios. No se espera de ellas que escriban libros superventas sobre personas vitamina que bajan el cortisol. Ellas están para fregar y cargar y planchar y cocinar. Cobran, en teoría, unas nóminas que nunca llegan a ingresar, puesto que sus sueldos van directos al Opus Dei sin pasar por sus manos. Operan, a todos los efectos, en condiciones de esclavismo.
Qué terror produce ver esos despertares suyos. Las auxiliares deben poner el despertador al alba, arrojarse del camastro de madera al instante, besar el suelo y decir: “Serviam”. Y qué alivio saber que ellas en concreto salieron de ahí, después de mucho sufrimiento, en su minuto más heroico.