A propósito de la irrupción en nuestras vidas del macho alfa engorilado. La Bestia. La Cosa naranja. De todo un desafío a la razón, a la piedad. Y a la libertad. El amparador de genocidios y muerte. Ese alguien que emite sonidos irracionales y selváticos. Hortera de larga corbata roja que juega con su ahora amigo, un asesino en serie, a rectificar y repartir mapas con personas dentro. Un agente inmobiliario del terror. Un escanciador de miedos, de sumisiones. ¿Podrá la democracia sobrevivir a él y a sus palmeros de luto y oro? ¿Y al peligro sordo de las redes en sus manos? Eso entre otras cosas... y ninguna ejemplar.

A propósito, decía antes: los recuerdos de cuando se quería ponderar algo, producto o persona, manufactura o alimento, en la periferia acomplejada decíamos: “Esto es americano”. “Viene de América”. El que se procuraba un cigarrillo rubio, cosa nada fácil, ya se creía Humphrey Bogart. Y una Coca-Cola podía durar días en la nevera. Sorbo a sorbo. En los cines, las películas del Oeste, de las que Trump se cree protagonista, alelaban al barrio entero.
Estados Unidos-España, una relación intermitente, entre ideologizada y popular. En los comedores escolares de los colegios nacionales, la ayuda social americana: leche en polvo con grumos y un sabor indefinible, el queso que venía en lata era de una blandura pastosa, sospechosamente amarilla, y de un regusto inolvidable. Y para qué escribir de la mantequilla.
Aún en muchas memorias particulares, la llegada de la Sexta Flota. Una horda blanca invadía Barcelona con la complacencia de la sonrisa cómplice del franquismo. La ciudadanía reaccionaba a intermitencias, entre la admiración y el asco. Los jóvenes marines, esto lo llevan en la sangre, reaccionaban como colonizadores anónimos y solo temían a su policía militar. No se localizó a ninguno más arriba de la Rambla. Eran muchachos altos, arrogantes, prepotentes –eso también lo llevan en la sangre– que se meaban en aquellos casi coches llamados Biscuter. La soldadesca blanca a veces se veía rodeada por un enjambre de chiquillos que les pedían chicles y algún golfillo, pitillos. Iban con un corte de pelo a lo cepillo y en su mayoría eran rubios, pero… Dejaron su huella. Coincidiendo con su llegada nacieron algunos catalanes con una preciosa piel color café con leche. Por lo demás, bebían sin saber. Flamenco, toros, rock y chicas. Dicen que en el Chino se ampliaron los horarios. Es posible que algunos de aquellos chicos o sus descendientes sean votantes de Trump. Una mierda pinchá en un palo, para él y todos ellos. Sin su existencia, el mundo era mejor. Menos amenazado.