Europa ha entrado en una fase de debilidad económica, inestabilidad política y penuria espiritual que hace temer por su capacidad de respuesta ante los extraordinarios cambios geopolíticos que se están produciendo en el mundo.
Quienes pensamos que estos momentos críticos exigen que la Unión Europea complete su unión política y modifique sus reglas de gobierno para darle efectividad y potencia nos enfrentamos con descorazonadores obstáculos. No solo algunos gobiernos de la Unión se oponen a todo principio de federalización, sino que los partidos antieuropeístas están ganando poder y escaños hasta alcanzar un tercio de los del Parlamento Europeo, así como posiciones de gobierno en algunos casos. Ante estos hechos, cunde el escepticismo sobre las posibilidades de aplicar y desarrollar las medidas de reforma económica contenidas en los informes Letta y Draghi, muchas de las cuales exigen un altísimo grado de cooperación y consenso político.
Europa ha de decidir si se resigna a una indigna posición defensiva o si marca la agenda y toma la iniciativa
Hay que conseguir que no pase con estos informes lo ocurrido en otros casos en los que la UE aspiraba a enmendar el déficit de crecimiento, productividad y nivel tecnológico de Europa respecto a EE.UU. y China. El primero fue la Agenda de Lisboa del 2000, que preveía convertir a la UE en “la economía del conocimiento más competitiva y dinámica antes del 2010”. El segundo fue el informe Europa en el 2030, solicitado por el Consejo Europeo a un grupo de notables presidido por Felipe González. A la vista de la falta de resultados de la Agenda de Lisboa, definía el dilema de Europa, adelantándose al informe Draghi, como “reformarse o decaer”. Proponía, de nuevo, corregir las pérdidas de competitividad y el atraso tecnológico en relación con EE.UU. y China. Consideraba que Europa tenía la posibilidad de liderar la lucha contra el cambio climático, siempre que actuara con rapidez, impidiendo que otros se adelantaran (China lo ha hecho). Creó la figura de las “cooperaciones reforzadas”: si solo algunos decidieran avanzar hacia la unión política, ese sería con toda probabilidad el caso. Pero no hablaba de la unidad política, tema soslayado también por la Agenda de Lisboa.
Europa anticipó, pues, con la Agenda de Lisboa y el informe Europa 2030, problemas y soluciones, pero no actuó. Al igual que ocurrió con la propuesta de Mitterrand de crear una confederación europea que incluyera a Rusia, o con las de Merkel de no abrir la puerta de la OTAN a Ucrania o de que Europa tomara su destino en sus propias manos. Como dice el refrán, el camino del infierno está empedrado de buenas intenciones. No puede ocurrir lo mismo con los informes que comentamos. El sentido de urgencia, dada la situación económica, tecnológica y geopolítica, es mucho mayor.
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Una diferencia esencial del informe Draghi con la Agenda de Lisboa y el informe González es la cuantificación del esfuerzo requerido en política industrial y tecnológica, 800.000 millones de euros al año. Un reto mayúsculo. Por su extenso y profundo contenido, merece reconocimiento el esfuerzo realizado por el Real Instituto Elcano para clasificar y valorar desde diversos puntos de vista sus 176 recomendaciones. Facilitará a los organismos españoles competentes analizar y valorar su estrategia en los diversos capítulos de las reformas planeadas, permitiéndoles ver cómo son interpretadas y acceder a su contenido, y quizá contribuya también a reducir el escepticismo sobre su aplicabilidad, lo que redundaría en beneficio de todos.
La puesta en práctica de las recomendaciones requiere un enorme esfuerzo de debate y consenso entre los veintisiete países miembros para no menos de quince áreas temáticas. En algunos casos son previsibles viejos choques de intereses que subsisten desde hace décadas. En finanzas y energía pueden darse por inevitables. El esfuerzo de organización será hercúleo, y el de liderazgo, imprescindible. Nos va mucho en ello.
Si Europa aspira a ser una gran potencia, un sujeto geopolítico y no un mero espacio económico, debe aprender a hablar, como bien dijo Josep Borrell, el lenguaje del poder. Pero para que este no resulte vacío, primero debe crear ese poder. La economía (incluidos el PIB, la industria, el comercio exterior y la tecnología) y la fuerza militar son los raíles sobre los que discurre el poder geopolítico. Y la fuerza militar se asienta, a su vez, sobre la capacidad económica, tecnológica e industrial. Los dos informes comentados, por tanto, inciden de manera directa sobre la creación de una Europa geopolítica.
Recordemos, una vez más, el juicio de Jean Monnet, expresado hace más de 60 años: “Para los países europeos la única alternativa a la unión política es la creciente irrelevancia”. Y el de Enrico Letta en el 2019: “Si no avanzan hacia la unión política, la única opción de los países europeos, uno a uno, será, en un plazo de 10 a 15 años, si quieren ser colonias de EE.UU. o de China”. Los recientes pronunciamientos de Trump van en la dirección de una presidencia imperial, exigiendo a Europa la sumisión, por ejemplo, para elevar el gasto en defensa hasta el 5% del PIB.
Europa ha de decidir, con el concurso de sus ciudadanos, si se resigna a una indigna posición defensiva durante los próximos cuatro años, o si marca la agenda y toma la iniciativa, puesto que tiene sobrada capacidad para ello. Como titulábamos uno de nuestros recientes artículos, para Europa es el ser o no ser.