Donald Trump, cuando contempla las imágenes aéreas que ofrecen los drones sobre la franja de Gaza, no acierta a ver las tragedias de sus habitantes, ni el gran cementerio en que se ha convertido la región, ni siquiera la destrucción total de pueblos y ciudades. Trump cierra los ojos y se imagina un resort turístico, con puertos deportivos, complejos hoteleros, restaurantes frente al mar y campos de golf.
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Ni siquiera entiende que los más de dos millones de gazatíes que quieren vivir en sus tierras sean un problema: se los enviará a sus vecinos –egipcios y jordanos– y a los europeos solidarios, como España o Noruega. Solo un cínico puede considerar que su ocurrencia sea un acto de generosidad humana, cuando la ONU califica la propuesta de una acción de limpieza étnica y la Corte Penal Internacional lo considera un crimen contra la humanidad. ¿La ONU? Seguro que a Trump le encantaría convertir su edificio de Manhattan en un hotel de lujo.
Trump, como le pasaba a Pich i Pon, cuando mira el paisaje solo ve propiedad urbana
El presidente de EE.UU. insiste un día tras otro en quedarse con Gaza y propone que Israel entregue la franja cuando acabe formalmente su guerra. Y, de momento, Beniamin Netanyahu ha encargado a su ejército un plan para permitir la salida voluntaria de los palestinos de la región.
Trump recuerda al alcalde barcelonés Joan Pich i Pon, otro hombre hecho a sí mismo, que empezó como lampista y acabó como político. Fue un personaje al servicio de los especuladores del suelo, que le facilitaron llegar a la alcaldía con el apoyo del Partido Radical de Alejandro Lerroux. En una ocasión, poco antes de que lo echaran por sus trapicheos con el estraperlo, lo subieron al Tibidabo y desde lo alto de la montaña, mirando a la ciudad, solo se le ocurrió decir: “¡Cuánta propiedad urbana!”. El hombre era un poeta, un soñador como Trump, capaz de imaginarse la Riviera en Gaza. Donde los demás perciben una tragedia, él intuye un negocio. Y puede que tenga un lapsus como el de Pich i Pon, cuando en una visita de Alfonso XIII a la ciudad, le dijo: “Majestad, a sus pies la ubre”. En este caso no será la confusión con la palabra urbe, sino el convencimiento de que Gaza es una ubre por exprimir. El último negocio del peor capitalismo.