La conversación social siempre tiene voces cantantes que luchan por liderarla. El primer paso para dominarla es establecer el orden del día, es decir, la lista de cosas sobre las que hay que hablar (y las que deben quedar fuera). En el siglo pasado este trabajo de guion se desarrollaba en los medios de comunicación. Sobre todo, desde la prensa escrita, amplificada por los medios audiovisuales, públicos y privados. En cada marco geográfico, el poder político y económico que lideraba la conversación social –doméstica y nacional– aplicaba su influencia en los medios de manera estratégica en términos de afinidad. Todo ello con cierta sutileza.

De vez en cuando, algún medio desafinaba y trascendía algún desajuste que hacía chirriar el mecanismo. Esto aún sucede en las democracias occidentales. Los lectores más o menos constantes de diarios tenemos una idea aproximada del color de cada línea editorial, y los medios públicos audiovisuales de cada circunscripción resintonizan sus emisiones cada vez que las urnas suscitan un cambio de gobierno.
En los últimos años, la conversación social ha vivido la renovación del equipo de guionistas. El orden del día ya no lo redactan solo los medios de comunicación tradicionales. Las redes sociales han promovido una especie de fracking informativo que ha multiplicado exponencialmente los pozos de extracción de temas y opiniones. La apariencia de todo ello es de diversidad. Una exaltación de la libertad individual que se basa en el hecho, indiscutible, de dar voz a todo aquel que levante la mano.
Pero de ese guirigay de voces entre medios, mediadores y medianías de la comunicación surge una estremecedora multitud de extremidades que piden la palabra a la vez. Levantan el brazo (Elon Musk), el puño (Adolf Hitler, comunista según la candidata alemana Alice Weidel), la oreja (Donald Trump), la motosierra (Javier Milei) o el brazo incorrupto de San Ventorro (Carlos Mazón). Los guionistas del nuevo orden del día logran que hablemos de lo que ellos quieren que hablemos, pero lo peor de todo es que no hacen buenos a quienes les precedieron. Más bien parece que hacen lo mismo que antes, pero ahora sin disimular.