Quieren un mundo sin semáforos. Un mundo sin silencio. Un mundo sin leyes. Primero preguntan tu precio. Luego te amenazan y gritan. Después, te atropellan. Son muchos, pero parecen más por lo que chillan, insultan y empujan. Pero podríamos empezar por bajar el volumen. Quizás les regalamos demasiados altavoces y nos cachondeamos poco de ellos.
La coronación de la Reina Naranja, por ejemplo, dio tanto de sí. No ya la torpeza a la hora de pedir un taxi de Elon Musk o el vestido de lámpara de pie de Melania, el beso impedido por el ala de un sombrero, el reverendo negro haciendo de parodia de Loca academia de policía o cualquiera de los himnos, rezos y consignas patrioteras. Por no hablar de cuando el Emperador dio las gracias a Dios por salvarle del atentado para así poder hacer a América grande. Oro puro. Volvamos a The office. Volvamos a Gila y los Monty Python.
Asistimos a una ópera bufa, un espectáculo de pressing catch a base de decretos
Asistimos a una ópera bufa, un espectáculo de pressing catch a base de decretos, y sobre todo un largo y tedioso monumento a la mentira y la hipérbole, el delirio y la matonismo. Derroche de ansias de venganza, un puré de sobras y consignas tan altisonantes como vacías de contenido. La merienda del Sombrerero Loco con todos los invitados ultras a su alrededor riendo todas las gracias porque por fin les invitan a fiestas y pueden dejar de conversar con un perro muerto o probarse camisas negras con el pestillo puesto del lavabo de casa de los papás.
Homenaje a Lewis Carroll, a los dueños actuales de las palabras y a la morsa hambrienta. Hasta gozamos de Alicia en el papel de obispa de Washington. Esta podría haber gritado al monarca que parara de exigir que le corten la cabeza a todo el mundo, que él, al fin y al cabo, solo es una baraja de cartas. Lo que hizo fue
pedir misericordia. Para esa parte del país –en particular inmigrantes y miembros de la comunidad LGTBIQ– que ahora tiene miedo. Mientras Alicia hablaba, la Reina Naranja se mostraba contrariada, harta, enfadada, cada vez más naranja.
Lo quieren todo. Un mundo sin semáforos, lleno de gritos e insultos, un territorio sin leyes. La libertad de los más fuertes. Es el mundo de los grandes empresarios, de las colonias. Pero antes de que nos aplasten, echémonos unas risas con todos ellos. En lo suyo siempre fueron lo mejor.