Trump promete una era dorada para EE.UU.

Donald Trump se convirtió ayer no solo en el 47.º presidente de EE.UU. y en el de más edad en jurar el cargo, sino también en el primer presidente delincuente convicto de la historia del país. Juró el cargo en la rotonda bajo la cúpula del Capitolio de Washington debido al frío ártico en la capital federal, lo que limitó a unos 600 el número de invitados a la ceremonia. Sí estuvieron presentes líderes de la extrema derecha mundial y los propietarios de las principales compañías tecnológicas del planeta.

Las gélidas temperaturas frustraron el deseo de Trump de tener el baño de masas que no consiguió en su primera investidura. Solo unos 20.000 partidarios pudieron seguir el acto desde las pantallas del pabellón Capital One Arena, pese a que el fervor trumpista llevó estos días hasta Washington a 250.000 personas que tenían pase para poder presenciar el juramento desde la explanada del Mall.

Su primer discurso como presidente fue todo un catálogo de intenciones. Una intervención con aire de mitin en un acto de la máxima solemnidad institucional, en el que Trump dijo a sus votantes lo que querían oír. No tardó ni un minuto en insistir en el “América primero” y en que la decadencia de EE.UU. ha acabado y empieza una era dorada en que el país volverá a ser respetado, soberano y seguro. Descalificó la herencia de la administración demócrata y dijo haber aprendido mucho estos ocho años. Unos años “en que han intentado quitarme la libertad e incluso la vida. Dios me salvó para hacer que América vuelva a ser grande”, dijo. Anunció que bajará la inflación y que pondrá aranceles a otros países “para enriquecer a los estadounidenses”. Afirmó que EE.UU. volverá a ser una nación de manufacturas nacionales y de combustibles fósiles, en un guiño a los trabajadores del sector automotor, y que revocará las medidas que favorecen la compra de coches eléctricos.

La inmigración y la seguridad fronteriza, máximas prioridades de la Casa Blanca

Confirmó su expansionismo imperialista al afirmar que recuperarán el canal de Panamá, reiteró que cambiará el nombre del golfo de México, aseguró que eliminará la censura “para devolver la libertad de expresión al país” y dijo que solo reconocerá dos géneros, “hombre y mujer”. En un guiño a Elon Musk, prometió poner la bandera de EE.UU. en Marte y que su legado será “el de un pacificador y unificador”.

Para poner en marcha todas estas medidas, y en su primer acto oficial en la Casa Blanca, firmó decenas de órdenes ejecutivas relativas a la inmigración, el comercio, la energía, la crisis climática y diversidad sexual. Entre ellas, la declaración de la emergencia nacional en la frontera con México, el envío de tropas, el inicio de deportaciones masivas, incluir los cárteles criminales como grupos terroristas y abolir el derecho de nacionalidad por nacer en EE.UU., lo que confirma que la inmigración y la seguridad fronteriza van a ser sus prioridades. También promulgó la emergencia energética –“perforemos y perforaremos”, dijo en su discurso– y una orden con una moratoria al cierre de TikTok, la red que en su momento quería clausurar acusándola de espiar para China y que ahora rescata porque le ayudó a ganar las elecciones.

Minutos antes de dejar la Casa Blanca, Joe Biden indultó preventivamente a gran parte de su familia y al doctor Anthony Fauci –coordinador de la lucha contra la covid–, al general retirado Milley y a los congresistas que investigaron el asalto al Capitolio para evitar la posible venganza de Trump, que podría incluirlos en una lista de personas que perseguir judicialmente por creer que lo traicionaron o lo responsabilizaron por sus acusaciones de fraude electoral.

La nueva Administración trumpista supone un cambio disruptivo y radical del sistema liberal

Con el regreso de Trump a la Casa Blanca, EE.UU. y el mundo afrontan una nueva era con un cambio disruptivo del sistema liberal estadounidense existente hasta ahora. Un cambio radical protagonizado, sin embargo, por dos visiones antagónicas del trumpismo. Una, materializada en el repliegue interior, el “menos Estado” y el aislacionismo encarnado en el “Make America great again”. La otra, la tecnológica liderada por Elon Musk y las grandes firmas del sector, buscando nuevas desregulaciones para que sus negocios aún florezcan más, defendiendo un globalismo para potenciar sus empresas e intereses. La pregunta es cuánto tiempo convivirán juntas.

El regreso de Trump conlleva también la desaparición del mundo como se había entendido desde 1945. El mapa geopolítico planetario se convierte en el escenario de una lucha por el control de la riqueza. Su desdén por las instituciones, nacionales e internacionales, el impulso de narrativas xenófobas, el reforzamien- to del expansionismo y la radicalización de su conservadurismo hacen que la segunda Administración trumpista represente un cambio radical.

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