Las declaraciones de Trump sobre Groenlandia, Canadá, Panamá y México, así como la irrefrenable actividad política de Musk, ora festejando a Meloni, ora apoyando a la extrema derecha alemana, han sido para la cándida opinión pública europea como un despertar a bofetadas. De repente, hemos entendido que la cosa va en serio. Agoniza el mundo que conocíamos.
Los tiempos que llegan nos recordarán lo que quizás las últimas generaciones habían olvidado, Eso es: que EE.UU. ganó la Primera Guerra Mundial y la Segunda, y que percibe a Europa como una zona clientelar. Que Alemania, la principal fuerza económica de la UE, es todavía hoy un país militarmente ocupado por EE.UU.; que Rusia, después de unos años de autodestrucción y descontrol, abandonada a su suerte por la OTAN, ha recuperado las riendas de su destino imperial; y que China se ha hecho muy fuerte, pero, a pesar de las previsiones de la estrategia americana, no ha evolucionado en sentido liberal, sino que desarrolla una colosal influencia económica en todo el mundo con su imperio blando (inversiones, infraestructuras) y su régimen inmutable.
No es solo un problema de formas, es la ley del más fuerte como único argumento
Desde la caída del muro de Berlín (1989) hasta la huida de Afganistán (2021), Estados Unidos ha gozado de un poder omnímodo, solo contestado por el terrorismo islámico. Pero, en contra de lo que pudiera parecer, el poder imperial desgasta y empobrece. La factura de controlar el mundo es gigantesca, y una parte significativa de la población americana, castigada por la desindustrialización, está abandonada. De ahí el resentimiento del votante más genuino de Trump, así como el afán aislacionista y el deseo de una “América para los americanos”. De ahí también la sintonía popular con el tono insolente e imperioso que Trump gasta con los países vecinos o aliados. Un lenguaje crudo, intemperante: intervenir en la ruta ártica (en la que Rusia lleva una inmensa ventaja) y garantizar el control del canal de Panamá, amenazado por las inversiones chinas.
La sintonía de Trump con el americano medio se entiende más si tenemos en cuenta el desprestigio del lenguaje amanerado y tecnocrático de la política y el periodismo (un fenómeno que se da en todo Occidente). Trump gusta porque habla de los intereses americanos como un negociante defendiendo su empresa y regateando con sus rivales desde una posición de ataque. Como explicaba Enric Juliana, no sabemos cómo llevará a cabo Trump la anexión de Groenlandia y de los demás territorios o países citados. Puede que siquiera vaya a intentarlo. Pero el simple hecho de usarlos en su relato revela ya un cambio tremendamente significativo: no es solo un problema de formas, es el retorno de la ley del más fuerte como único argumento geopolítico.

Trump quiere parecerse a Putin. Veremos si el sistema liberal americano se deja desabrochar. En cuanto al mundo, no tendrá más remedio que afrontar ese cambio disruptivo. Europa, particularmente, se enfrentará a retos hercúleos. Por el momento, ha reaccionado miedosa y tardona al deseo de Trump de zamparse Groelandia, que implicaría reducir drásticamente los límites geoestratégicos de la UE. Es en los momentos de crisis que lo artificial se pone en evidencia. La UE es muy frágil. Los dos grandes países fundadores, Alemania y Francia, han entrado en una crisis de campeonato. Polonia, emergente y demográficamente importante, es uno de los socios militares más leales a los americanos. Una fuerte corriente interna (hegemónica en Hungría e Italia) se desvive por conectar con el trumpismo.
Esta será la tentación también de España, más dividida que Italia. Madrid quiere ser el París de España y el Londres de Hispanoamérica. Con un Sánchez muy solo, en el interior y el exterior, el aznarismo (o ayusismo) intentará aprovechar la coyuntura para reforzar el Miami madrileño. Desvalida y fracturada, sin nadie que pueda defenderla, la UE lo va a pasar muy mal. Su única esperanza es que las divergencias entre los dos sectores del trumpismo exploten pronto, ya que solo el oportunismo explica que viajen juntas visiones tan antagónicas como la de MAGA (repliegue interior) y la de Musk (ampliar el globalismo a la Luna y a Marte). En la partida que comienza, Europa no tiene una sola carta buena. Los que querían domesticarla o desmontarla están de enhorabuena.