“Todos iguales para mí seréis: trece, catorce, quince o dieciséis”. Eso decía el inolvidable Pedro Muñoz Seca en La venganza de don Mendo, para animarse ante el miedo supersticioso que le producía un martes y 13.
Todos iguales para mí seréis. O no. Porque un 1 de enero tiene algo, externo e interno, que no tienen los demás días.
Externo, por toda la parafernalia que va alrededor del día. Parafernalia sana, tradicional, divertida. Las 12 uvas son algo muy bueno. Unen a los que se juntan para celebrar la llegada del nuevo año. Veo que en Madrid, y supongo que en algunos otros lugares también, hacen la ‘pre-uva’, a modo de ensayo general de la ceremonia del día siguiente. Y me gusta mucho.
En mi casa, esa noche nos ponemos elegantes. Las chicas, en todo su esplendor. Los chicos, en el nuestro. Chaqueta y corbata, por supuesto. Y cena rica. Y cava. Y roscón. Yo unto el roscón en el cava. Ya sé que no es muy fino, pero procuro hacerlo con limpieza y disimulo… la familia me lo permite… y casi diría que lo están esperando.
Además, el 1 de enero tiene algo interno. En casa de mis padres, yo, hijo único, leía algo referente a la fecha, en lo que siempre incluía la frase “un año menos de vida, un año más que sumar”. Y me aplaudían, claro.
Suele ser un día de buenos propósitos, que, como no se concretan, se esfuman con facilidad. Hacer gimnasia, adelgazar, aprender inglés.
Es muy bueno que esos buenos propósitos se concreten en pequeños servicios a los demás. Y cuanta más gente hay en la familia, mejor. Porque a todos nos gusta que nos sirvan. A medida que te haces mayor, más te gusta. Y menos te apetece echar una mano.
Leí que en el mundo hoy hay cincuenta guerras en marcha. Mutilados, desplazados, familias destruidas, muertos, negocio, negocio, negocio… mucho negocio.
Esta situación puede desmoralizarnos. Realmente, no podemos hacer nada, excepto lo que decía un pistolero antes de cargarse al malo en una película que vi hace años: “reza, si sabes”.
Podemos hacer más cosas. Porque si, como consecuencia de nuestros propósitos, nuestra familia funciona un poco mejor y los del piso de arriba, por contagio, también, habrá dos familias en las que la palabra ‘violencia’ no sonará y, por lo menos, no aumentarán las estadísticas de señoras/señores afectados por la bestialidad de algunos individuos/individuas, que de todo hay.
Como hay de todo, prefiero quedarme con lo bueno.
¡Feliz 2025!