Loading...

Andalucía, la flor amarga del PSOE

Cuadernos del sur

Dentro de diez días escasos se celebra la Epifanía, una de las liturgias más venerables y antiguas del credo cristiano. Para el PSOE de Andalucía, la agrupación del partido con más militantes (40.138), aunque ahora menos influyente que antaño –para regocijo del PSC, que ha ocupado su lugar–, esta celebración no viene con regalos, aunque sí trae un premio de consolación. Con la llegada de los Reyes Magos debería desvelarse el primer misterio: cuántos candidatos competirán en las primarias para designar al jefe de filas del PSOE-A.

La segunda incógnita –quién ganará– puede quedarse sin resolver por falta de competencia. Sea quien sea el elegido, la entronización de un nuevo secretario general en Andalucía no garantiza necesariamente ni un mejor resultado electoral –las elecciones autonómicas están fijadas para junio de 2026– ni tampoco supondrá la renovación a fondo de la organización. Ambos asuntos están estrechamente vinculados. Sin el segundo no cabe concebir el primero.

Los socialistas andaluces viven desde hace seis años, cuando fueron expulsados del Quirinale de San Telmo, en un perpetuo ritornello. Incapaces de gestionar un cambio generacional, y sin un proyecto político basado en el presente, es dudoso que sus opciones en las urnas mejoren. Esto se traduce en cuatro años más de gobierno de la derecha en el Sur de España. Y, sobre todo, en un serio contratiempo para que Pedro Sánchez continúe más tiempo en la Moncloa.

Pedro Sánchez, en un mitin en Andalucía, con la imagen de Juan Espadas al fondo

EFE

La dirección federal mantiene un extraño silencio sobre este asunto. No señala a nadie ni apoya a ninguno de los candidatos en liza. El silencio táctico de Ferraz está provocando que las distintas agrupaciones provinciales –en especial Sevilla y Jaén, que son las dos únicas que retienen el poder institucional de las diputaciones– posicionen a sus respectivos aspirantes.

Esta carrera de liebres discurre en paralelo a las cábalas del oráculo de Ferraz, que desde luego ya no aboga por el todavía secretario general, Juan Espadas. El ex alcalde Sevilla sabe que carece de apoyos sólidos para presentarse a la reelección. No cuenta con peso orgánico propio –su jefatura fue una decisión instrumental para sacar del tablero a Susana Díaz– y, si todavía figura entre la nómina de aspirantes, se debe su anhelo de ser recompensado por la fidelidad (excesiva) que ha mostrado ante todos los deseos del presidente del Gobierno.

Como Roma no premia a los traidores, es dudoso que Espadas obtenga más recompensa que su puesto como portavoz socialista en el Senado, al margen de poder fingir que va a influir en la designación de su sucesor. Ferraz no emite señales en su favor, lo cual es ya un indicio evidente de que su tiempo ha expirado. Hasta el PSOE de Sevilla, su principal apoyo interno, vería con buenos ojos su sustitución (pactada) por la vicepresidenta María Jesús Montero.

Los socialistas de Jaén, en cambio, postulan al diputado Juan Francisco Serrano. Ambos están en la dirección federal. La designación de cualquiera de los dos no supondría una novedad. Salvo por el hecho de que un regreso de la ministra de Hacienda a Andalucía –por supuesto, sin abandonar el Gobierno– obligaría a Sánchez a acometer una mini-crisis de Gobierno.

La vicesecretaria General del PSOE, vicepresidenta primera del Gobierno y ministra de Hacienda, María Jesús Montero

Julio Muñoz/EFE

Montero ha ejercido desde el primer día del sanchismo como mano derecha del presidente e interlocutora con los socios parlamentarios del Gobierno. La ministra, que pertenece al PSOE de Sevilla, no cuenta ya ante Sánchez con el mismo ascendente de antaño, sobre todo tras los famosos cinco días de abril, pero su papel dentro del Ejecutivo continúa siendo relevante.

Un hipotético retorno a Andalucía –que no sería en ningún caso un cáliz deseado– implicaría tener que buscarle un sustituto (a tiempo parcial) o reformular alguna cartera dentro del Ejecutivo, aunque continuase (de otra forma) en un puesto de la máxima relevancia política. Ésta es la cuestión que explica el extraño mutismo de Ferraz con respecto a Andalucía.

La fórmula Montero tiene algunas ventajas e importantes inconvenientes. Evitaría, sin duda, celebrar unas primarias y dejaría a los militantes sin la posibilidad de decidir, pero contentaría a casi todas las familias –salvo a los susánidas– que cohabitan dentro del socialismo andaluz.

No tanto porque el perfil de la vicepresidenta presuponga un cartel electoral con suficientes garantías. De hecho, Ferraz no está pensando ahora en el cabeza de lista de los comicios autonómicos, que Moreno Bonilla dice que no va a adelantar, sino en una operación de reducción de daños en caso de un hipotético cambio súbito de las elecciones generales.

La necesidad de aguantar el actual suelo electoral del PSOE en el Sur de España, vital para articular una mayoría, en el caso de que la legislatura termine de forma repentina es la única prioridad. Y esa opción no está asegurada con los otros postulantes alternativos a María Jesús Montero, incluidos quienes podrían llegar encarnar un (aparente) recambio generacional.

El diputado socialista Juan Francisco Serrano interviene en el pleno del Congreso de los Diputados en Madrid este martes

Juan Carlos Hidalgo/EFE

La sucesión siempre ha sido la flor amarga del socialismo meridional, que más de un lustro después de perder el poder regional no es capaz de dejar de mirar con nostalgia al pasado. Pero en la agenda de la Moncloa lo que preocupan son los meses inmediatos y las derivaciones judiciales de los casos que acorralan al Ejecutivo, no los comicios andaluces.

No se trata pues de recuperar la Junta dentro de dos años. Lo que está en juego es no hundirse si hubiese que precipitar la fecha de las elecciones estatales. Montero es la única opción de Ferraz porque, como vicepresidenta, goza de proyección pública y de una indudable plataforma política para poder hacer una oposición incisiva a Moreno Bonilla. Ninguno de los otros candidatos –las liebres de esta carrera– tienen siquiera escaño en el Parlamento andaluz.

La designación de Montero sería aceptada pacíficamente por el PSOE de Sevilla, que pediría a Juan Espadas que desista de su candidatura, y evitaría conflictos entre las familias del PSOE meridional. Al PSOE de Jaén se le ofrecería nombrar a Juan Francisco Serrano secretario de Organización en Andalucía. La operación casa además con la lógica de Ferraz: ir situando a ministros al frente de las distintas federaciones territoriales para tapar –en la medida de lo posible– las múltiples vías de agua provocadas durante esta tormentosa legislatura.

Pero, al contrario de lo que ha sucedido en Madrid, Aragón o Valencia, donde los ministros compaginan sus carteras con la jefatura del partido, con Montero parece inevitable hacer una redistribución de sus competencias. La ministra de Hacienda no puede, con garantías de éxito, ostentar la máxima representación del PSOE en Andalucía con la negociación directa del cupo catalán o la gestión de la financiación autonómica. Asumir ambas tareas es un suicidio.

De ahí que no sea descartable, si es designada la sucesora de Juan Espadas a comienzos de enero, que pueda dejar el ministerio de Hacienda, aunque se mantenga como número dos del Gobierno. Una vicepresidenta dedicada en exclusiva a tareas políticas tiene la posibilidad de centrarse en Andalucía desde Madrid. Y viceversa. El insólito protagonismo de Montero en la gestión de la moción de censura del Ayuntamiento de Jaén para arrebatarle la Alcaldía al PP no es una anécdota. Es un indicio de por dónde sopla el viento (siempre cambiante) del PSOE.

Lee también