Este asunto es de una importancia capital –bromeó Ronald Reagan una vez, durante su segundo mandato–. Daré órdenes para que me despierten de inmediato si hay alguna novedad, aunque sea durante el Consejo de Ministros”. Reagan tenía 73 años cuando fue reelegido. Trump tiene 78. Me pregunto cómo actuará ahora en la Casa Blanca. ¿Como un déspota egocéntrico, irascible y vengativo decidido a echar a todos los inmigrantes irregulares, a enviar a la cárcel a quienes considera que le han faltado al respecto durante los últimos cuatro años y a paralizar el comercio internacional con una tanda de aranceles sin precedentes? ¿O como un yayo que sesteará en el Consejo de Ministros, dejará el Gobierno en manos de políticos de su cuerda y se distraerá escribiendo majaderías en la red y jugando a golf en los campos de su propiedad?
No tengo ninguna duda de que su nuevo mandato arrancará con rayos y truenos. Los primeros días pueden ser tremebundos. El sentido teatral del personaje lo exige. De hecho, el temporal empezó el día que anunció los primeros nombramientos. Menuda tropa. Pero ¿y después? Porque los cambios profundos que ha prometido no se llevan a cabo en dos días. Una cosa son las musas y otra, el teatro.

Prometió deportar a no sé cuántos millones de inmigrantes irregulares. ¿Acabará el asunto como el famoso muro con México, que todavía lo esperan, o como el centro de retención de inmigrantes ilegales de Giorgia Meloni en Albania, que creo que no ha llegado a acoger a más de una docena, todavía?
El ejemplo de Giorgia Meloni es interesante, porque la presidenta del Consejo de Ministros de Italia llegó al poder a caballo de una coalición de extrema derecha decidida a dar la vuelta al país como un calcetín y a poner Europa patas arriba. Pero, con la excepción de algún exabrupto para contentar a sus huestes, está actuando como una discípula ejemplar de Andreotti y de Bruselas. ¿Hará Trump un Meloni?
Trump insiste en que su palabra preferida es arancel y asegura que penalizará las importaciones de China y Europa para proteger la producción estadounidense. Mucha gente le ha recomendado que tenga cuidado, porque una subida de aranceles puede traducirse en inflación –lagarto, lagarto– y en una escasez de componentes clave para la industria norteamericana, algo que también acabaría generando subidas de precios. Pero él no se apea del burro. ¿Lo hace porque sabe que a sus seguidores les gusta oírle proferir ese tipo de amenazas supuestamente destinadas a protegerles, pero sin intención de cumplirlas?
Me da la impresión de que, por suerte, de todo lo que Trump ha prometido, la mitad de la mitad y gracias
Sospecho que sí. El lector puede tomarme por ingenuo, pero a mí me da la impresión de que Trump dirá muchas barbaridades, en su línea habitual, y probablemente hará algunas, pero que, por suerte, de todo lo que ha prometido, la mitad de la mitad y gracias. Por dos motivos. El primero es que él mismo sabe que ha hecho promesas difíciles de cumplir. Para un mentiroso compulsivo como él, esto no es ningún problema. No se cumplen y a otra cosa. Es lo que tres cuartas partes de sus votantes esperan y él lo sabe.
El segundo motivo es que una cosa es proponerse hacer algo y otra distinta, conseguirlo. Los presidentes norteamericanos tienen mucho poder, pero para que sus órdenes se ejecuten es necesario que haya una Administración bien engrasada capaz de hacer girar las ruedas y ruedecitas de la realidad, que como es bien sabido no siempre se pliega a los dictados del primero que pasa.
Es necesario que haya un grupo de ministros bien coordinado, con unos altos funcionarios convencidos de lo que hacen. ¿Se imagina alguien a Elon Musk rebajándose a coordinarse con otro ministro para llevar a cabo alguna medida? Para cambiar la línea política de una administración como la norteamericana hace falta empuje, vigor, determinación, perseverancia. El día clave no es el primero, que sin duda será ruidoso, ni el segundo; son el que hace cien y el que hace mil. El equipo al que Trump quiere confiar la dirección del país ¿tendrá la tenacidad necesaria? Siempre salen escollos por todas partes. ¿Sabrán cómo esquivarlos?
Hay un campo en el que Trump puede hacer mucho daño: el de la política exterior. Lo puede hacer más por inacción, por el vacío que puede dejar con su actitud de admirar a dictadores y de no involucrarse en conflictos lejanos, que por acciones concretas. La guerra de Ucrania ¿habría tenido lugar si durante el primer mandato de Trump Estados Unidos no hubiera renunciado a estar presente en tantos lugares del mundo? ¿Y la de Gaza?
No creo que nadie me acepte la apuesta, pero yo me jugaría tres cenas contra una que, en seis meses –y quizás en tres–, el primer Gobierno de Donald Trump habrá saltado por los aires y que alguno de sus miembros acabará en Marte a caballo de algún artefacto del dueño de SpaceX. Y también apuesto que, dentro de un par de años, una vez satisfecho su ego, Trump dará cabezadas en los consejos de ministros, al estilo de Reagan, o se dedicará al golf, que para el caso es lo mismo.
Confío mucho en la santa incompetencia y en los choques entre los miembros de su equipo. Gobernar no es fácil. Incluso para ejecutar las decisiones más disparatadas se necesita habilidad y constancia. ¿Las tendrán? Lo dudo. Felices fiestas.