Acomplejados y machotes

La historia es vieja. Al acomplejado le gusta la violencia que compra como si pagándola pudiera impregnarse de ella hasta olvidar que la ha pagado. Seguro que en los burdeles cree que a ellas les gusta cómo lo hace y por eso tienen sexo con él. Qué tal hacerse fotos como Sinatra. Frecuentar garitos y lugares peligrosos como en una película de Guy Ritchie. Solo eres quien paga. Eres el tonto de la bandera. El tipo del que se ríen todos­.

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Luis Tejido / Efe

Al violento le ganas, a su vez, riéndote de él. No ahora. Ni mañana. Pero hay que empezar riéndose ya para ganarle lo antes posible. Porque siempre llega ese momento en que el machote es ridículo y procede a extinguirse. Porque su papel en la farsa habrá sido ya amortizado y se procederá al despido. Antes, es cierto, se les va la mano, matan a alguien de una paliza o desfilan con trajes pardos o abrigos negros, depende de la coquetería, por las calles de tu pueblo. Esta otra historia también es vieja. Al poderoso le gusta la adulación del acomplejado que le tienta con regalos que son sobornos. Uno conoce a personas importantes, el otro sabe estar ahí con la loa y la dádiva, el porcentaje, pisos de alquiler y buenos negocios para que lleguen mejores. Y alrededor de ellos, señores grandes con pinta de ogros buenos pero hartos de ser los feos o los pobres o los mandados, y que han decidido –en comidas, cenas, noches blancas– que la próxima es la suya.

Llega el momento en que el corrupto apesta y no se le invita a la comida de Navidad

Al corrupto le ganas con dignidad y el Estado con la ley. No ahora. Ni mañana. Pero hay que empezar diciéndole que hay cosas que no tienen precio. Porque llega el momento en que el corrupto apesta y no se le invita a la comida de Navidad. Antes, es cierto, se les va la mano, hacen negocios con mascarillas o manosean presupuestos y empresarios, depende de la coquetería, porque al final creyeron que el poder en ellos era un perfume o un don.

No engañaban a nadie. Las primeras impresiones son una suerte de inteligencia. Sus caras, sus chaquetas de paleto abrochadas en un botón, sus corbatas como trompas de elefante. Todo eso, espejos del alma. Ni el acomplejado ni el violento engañan a nadie. Tampoco el corrupto o el ogro bueno harto de ser feo. Pero siempre pensamos que estas historias, de viejas, no suceden. Y porque son viejas suceden.

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