‘Yankees, go home!’, o no

Yankees, go home!”, gritaban los manifestantes contra la base norte americana Loran en Torroella de Montgrí, la aérea de Torrejón o la naval de Rota. Durante los años de la transición y los albores de la democracia, reclamar el fin de la injerencia de Estados Unidos en los asuntos internos de otros países era un clásico. En plena guerra fría, Washington multiplicaba su presencia en el mundo y perpetraba todo tipo de desmanes, sobre todo en Centro y Sudamérica con la excusa de evitar la implantación del comunismo en su patio trasero. Medio siglo después la política exterior norteamericana parece girar completamente, pasando del intervencionismo al aislacionismo.

Una muestra del nuevo sesgo diplomático es la indiferencia ante el cambio de régimen en Siria, un hecho con importantes consecuencias en una región donde EE.UU. tiene enormes intereses y que en otras circunstancias hubiera desencadenado una reacción inmediata del gobierno de Estados Unidos. En cambio, uno por inanición, Biden, y el otro porque no quiere, Trump, han optado por asistir al relevo de la saga criminal de los Asad sin mover un dedo. Y eso que Siria es un país fundamental en el juego de equilibrios de Oriente Medio, cruce de civilizaciones donde conviven una paleta de comunidades muy diferentes y con efectos telúricos sobre sus vecinos.

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GATIS INDREVICS HANDOUT / EFE

A la espera del grado de integrismo que aplique el nuevo Ejecutivo islamista, el peligro de crear un nuevo Afganistán es evidente. La diferencia es la ubicación: Siria bordea el Mediterráneo, comparte frontera con Israel y el nuevo régimen tiene la bendición de Turquía, un país que forma parte de la OTAN y que aspira a entrar en la Unión Europea. En el otro plato de la balanza se sitúan los perdedores, la milicia de Hizbulah e Irán y Rusia, dos potencias debilitadas por el castigo internacional y por el desgaste de la guerra con Ucrania respectivamente.

A pesar de todo, hasta ahora el lavado de manos de EE.UU. es llamativo y no tiene la tentación de involucrarse como había hecho en crisis anteriores incluso en circunstancias menos transcendentes. Sin que sirva de precedente y si bien algunas voces han reclamado un mayor activismo para evitar un nuevo foco de integrismo en una zona explosiva y a las puertas de Europa, no parece que Trump esté dispuesto a remover un avispero donde sabes cómo entras pero del que siempre sales mal.

Ironías de la historia, de reclamar la vuelta a casa de los yanquis a echarles de menos al volante del mundo.

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