Muchas revueltas y cambios de régimen comportan inevitables modificaciones de fronteras. El mapa de Oriente Medio será distinto como consecuencia de la caída de El Asad en Siria. El primer ministro Netanyahu calificó el fin del régimen de Damasco como un día histórico. Y dijo más: “Los altos del Golán serán parte de Israel eternamente”.
Ya se verá, pero la eternidad no se ocupa de las fronteras en unas tierras en las que los límites territoriales de los pueblos y naciones han cambiado con más frecuencia y con mayor violencia que en cualquier parte del mundo. El libro de Josué relata la dramática conquista de Jericó hace aproximadamente más de tres mil años.
La lucha por la tierra ha dominado la historia de Israel y la de todos los pueblos que han vivido en el vasto Oriente Medio, una expresión acuñada por Winston Churchill en El Cairo siendo secretario de Colonias británico en 1921, al repartirse los territorios que habían sido otomanos antes de la Gran Guerra. Las fotografías de Churchill con Gertrude Bell jugando con un compás sobre la arena y decidiendo las fronteras de Iraq son bien conocidas.
La lucha por la tierra ha dominado la historia de los pueblos que han vivido en Oriente
Las divisiones territoriales tras la Gran Guerra en la conferencia de París de 1919 fueron tan arbitrarias como frágiles. En un mundo envuelto en certezas eternas no hay nada tan inestable como las fronteras. Se cambiaron sustancialmente hace ahora más de un siglo y se han alterado cada vez que las guerras han azotado la región.
El nacimiento del Estado de Israel (1948) creó nuevas fronteras, y en todas las guerras con árabes y palestinos los límites se han alterado. Ha habido razones políticas, militares, religiosas y étnicas. Moshe Dayan se subió a lo alto del templo de Jerusalén en junio de 1967 e izó la bandera de David diciendo que nunca más volvería a arriarse. Hoy no está en lo alto de la cúpula dorada de la explanada de las Mezquitas. Ni las banderas ni las fronteras son eternas.
Tanta historia acumulada y tan poca geografía. Este es el drama que persigue a todos los pueblos que conviven malamente con la idea de que Jerusalén es su única e indivisible capital.