La secuencia más impresionante de Civil war es aquella en que Jesse Plemons, con sus gafas de cristales anaranjados y su fusil de asalto en las manos manchadas de sangre, les pregunta a cuatro periodistas en ruta, a los que hace bajar de su coche: “¿Qué clase de americanos sois?”. Plemons interpreta a un patriota, fanático y racista, que decidirá quién merece vivir y quién no. Podía ser uno de estos locos que asaltaron el Capitolio. El espectador no ve a un actor, sino a un criminal –y lunático– sin escrúpulos.
Luigi Mangione, el presunto asesino de Brian Thomson, consejero delegado de la mayor aseguradora médica del mundo, a quien disparó por la espalda en el corazón de Manhattan, es lo más parecido al personaje de las gafas fiesteras del filme. No le conocía ni tenía nada contra él. El ejecutor era un pijo de Baltimore, de 26 años, universitario y de una familia adinerada, que se radicalizó en las redes tras seguir a personajes tóxicos de la política estadounidense. Mangione es un pirado que pone de relieve que “la América desquiciada” (la definición es del corresponsal de ABC) es capaz de convertir a un asesino en héroe popular, en un Robin Hood contemporáneo que castiga a quienes se enriquecen con un sistema sanitario injusto.
“La América desquiciada” trata al asesino del directivo de nuevo Robin Hood
Un cantante country le ha dedicado en TikTok una balada basada en los mensajes que dejó en las balas que acabaron con la vida del directivo (deny, delay, depose). Internet se ha llenado de portales que venden gorras, camisetas, tazas o sudaderas con la imagen de Mangione. En Washington Square se celebró el domingo un concurso para encontrar dobles del criminal. E incluso se ha creado una mitología alrededor de su persona, a partir del relato de que se construyó el arma en 3D, se escapó del lugar del crimen en bicicleta eléctrica, dejó una mochila con dinero del Monopoly en el lugar de los hechos y se escabulló de los controles policiales huyendo en autobús.
Cualquier día alguien, en un ataque de sensatez, cogerá un espray y escribirá una frase en una fachada de un rascacielos de Nueva York como la que reprodujo un estudiante de la Sorbona en Mayo del 68: “Dios no existe, Marx ha muerto y últimamente no me encuentro muy bien”.