Víctor de Aldama regaló un dron a la Guardia Civil y esta le condecoró con la medalla a la Orden del Mérito. Las medallas, que en general no sirven para nada, resultan muy útiles cuando necesitas revestirte de respetabilidad porque tu oficio consiste en estafar. Cambio dron por condecoración: así funcionan las cosas. En latín se dice “do ut des”; en castellano, el que regala vende si el que recibe lo entiende. Seguro que la Guardia Civil no le sacó tanto provecho a su dron como Aldama a su condecoración. Con una medalla tan patriótica prendida de su chaqueta, ¿quién sospecharía que se dedicaba a traicionar su elevada idea del patriotismo robando cientos de millones de euros en fraudes como el del IVA de los hidrocarburos?
La Benemérita no está saliendo bien parada en estos líos de Víctor de Aldama y Koldo García. Un comandante implicado por facilitarles teléfonos con líneas seguras empleaba como recaderos y correveidiles de los cabecillas de la trama a agentes de la Guardia Civil. Eso sí: mientras el comandante cobraba por sus servicios dos mil euros al mes, sus subordinados colaboraban gratis, por obediencia debida, lo que los ha salvado de ser denunciados.
En general, está siendo una mala temporada para los cuerpos de seguridad. Hace unas semanas fue detenido el jefe de una unidad antiblanqueo que se había pasado al lado oscuro y, tras cuatro años trabajando para organizaciones de narcotraficantes, había conseguido acumular una fortuna superior a los veinte millones de euros. El hombre guardaba los billetes en elaborados paquetes envasados al vacío, que escondía en dobles fondos de paredes y armarios. ¿Tanto estudiar los más sofisticados métodos de blanqueo de capitales para acabar metiendo el botín detrás de un tabique? ¿Y qué sentido tiene poseer unos millones que debes conformarte con contemplar a través de una rendija a la luz de una linterna, sabiendo que no puedes disfrutar de ellos?
La trama con la que ese hombre colaboraba se dedicaba a introducir en España droga oculta en contenedores de plátanos. Más recientemente ha sido detenido otro jefe de la policía que trabajaba para unos narcotraficantes que también introducían la cocaína en contenedores de fruta: otro que se pasó al lado oscuro. A diferencia del anterior, que disfrutaba atesorando el dinero, este, un capitán de la Guardia Civil que dirigía la lucha contra el tráfico de drogas en el puerto de València, tenía más de cigarra que de hormiga, y pronto se acostumbró a vestir ropa cara, frecuentar buenos restaurantes, etcétera. Eso, su elevado tren de vida, fue lo que levantó sospechas entre los agentes de asuntos internos.
La Benemérita no está saliendo bien parada en estos líos de Víctor de Aldama y Koldo García
Cuando leo noticias sobre corrupción policial, me acuerdo de aquel personaje de La jungla de asfalto que aconsejaba no fiarse de la policía porque, cuando menos te lo esperas, se pone de parte de la ley. La buena noticia es que existe precisamente una sección de asuntos internos, que procura que sus colegas se pongan siempre de parte de la ley. La mala, que quienes han sido capaces de corromper a jefes de otras unidades de policía también podrían corromper a los de asuntos internos, si se lo propusieran…
¿Cómo se inicia alguien en el mundo de la corrupción? Supongo que un día te dejas invitar a unos gin-tonics, otro día empiezas a aceptar pequeños regalos, más tarde alguien se ofrece a pagarte unas vacaciones… Poco a poco, el nudo se va estrechando y llega un momento en que, sin darte cuenta, has pasado a formar parte de la trama. Es entonces cuando sabes que la cosa no tiene vuelta atrás y comienzas a preparar los dobles fondos para esconder los billetes.
Pero con frecuencia los narcos no se toman siquiera la molestia de corromper a nadie, porque les resulta más sencillo colocar directamente a sus hombres en las más altas esferas de la política y la policía. Auténticas multinacionales, con plantillas encabezadas por abogados y economistas salidos de las mejores universidades del mundo, esas organizaciones criminales aspiran a controlar países enteros, convirtiéndolos en narcoestados. Eso, convertirnos en un narcoestado, es lo que nos ocurriría si la corrupción llegara a la unidad de asuntos internos y, desde allí, en una metástasis incontrolable, se extendiera al resto de las secciones de la policía. Mejor no pensarlo.