La confesión de Aldama

Lo de menos es creer o no en la declaración de Aldama. En realidad, su confesión/delación no importa gran cosa. Es la narración de las trapisondas de siempre, la melodía grosera de la corrupción. Lo que importa es la atmósfera, la sensación de asistir a una partida con las cartas marcadas, a una historia subterránea que se nos oculta y cuyo final artificioso roza el filo de lo inverosímil.

Cualquiera que frecuente los juzgados la ha vivido unas cuantas veces, quizá no tantas como Choclán, el abogado de Aldama, pero las suficientes como para saber que en ella los dados están cargados y las apuestas decididas. Una historia que suele empezar con una de esas prisiones provisionales cuya utilidad no tiene nada que ver con su supuesta necesidad sino con el propósito de ablandar al acusado.

SOTO DEL REAL (MADRID), 21/11/2024.- El empresario Víctor de Aldama, presunto comisionista del caso Koldo que este jueves ha declarado que pagó comisiones en efectivo a altos cargos, sale en libertad de la cárcel de Soto del Real. El juez ha acordado como medidas cautelares que comparezca semanalmente ante el juzgado, la fijación de un domicilio para estar localizado y la prohibición de que salga del país sin autorización judicial. EFE/Sergio Pérez

 

Sergio Pérez / Efe

Es una carta ganadora. El implicado en estos asuntos que mezclan lo económico con lo político sabe que se arriesga a décadas de prisión y que la escala de penas es un despropósito. A Álvaro Pérez, el Bigotes, le cayeron 25 años por la Gürtel, a Jordi Pujol Ferrusola le piden 25 por delito fiscal. Mientras, el asesino despiadado del joven Samuel Luiz en A Coruña ha sido condenado a 22. Ustedes dirán si esto cuadra y si no es para preocuparse. En otros casos, la presión puede ser aún ­peor. Por ejemplo, imputando también al cón­yuge con una petición de prisión que implique cumplimiento efectivo. Les aseguro que eso ablanda al más pintado. Los casos abundan, y Bárcenas puede ser un ejemplo.

Cuando alguien como Aldama ve que la vida sigue para sus cómplices mientras que la suya parece haber quedado atrás hace mucho tiempo, recuerda el viejo dicho de que “no hay honor entre ladrones” y resuelve ofrecer eso que tanto gusta al ministro Bolaños: cooperación con la justicia, delación y rendición incondicional.

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Declaraciones de Aldama tras su puesta en libertad y declarar contra el Gobierno de Sánchez

Hay prisiones provisionales cuyo único propósito es el de ‘ablandar’ al acusado

Choclán, magistrado excedente de la Audien­cia Nacional, doctor en Derecho y uno de los mejores penalistas de España, conoce bien el manual y las reglas de un juego en el que no solo se ventila el futuro de su cliente sino su propia reputación. O sea, que ha buscado un pacto, pero no podía ir de farol: el fiscal había de conocer al detalle el contenido de la declaración y de las pruebas, después (aún más en asuntos de esta naturaleza), pedir autorización a su fiscal jefe, el Anticorrupción o el de la Audiencia Nacional y, llegados a este punto, ensayar y preparar la escenificación ante el juez. En este caso, como en tantos otros, no cabe duda de que Choclán ató bien los cabos.

Porque la libertad de Aldama no dependía de un juez, sino de dos. El uno, Ismael Moreno, de talante conservador; el otro, Santiago Pedraz, de los llamados progresistas, un buen amigo de Baltasar Garzón. Así es como hizo su efecto la vieja magia del pacto: Aldama pagó el primer plazo del rescate y quedó en libertad. Es un hombre delgado, con hebras grises en un pelo oscuro mantenido en su sitio por la gomina, que salió de prisión enojado, pero un poco encorvado, como si se hallase bajo una carga invisible para todos, pero en extremo opresiva para él: como si se preguntara si es lo bastante joven como para iniciar otra vida.

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Eso es lo más significativo de su declaración: que un hombre encarcelado se convierte en una sombra de sí mismo en el rincón de una celda, sin reputación, olvidado por los demás y con demasiados recuerdos, y que el sistema establece la delación como el único modo de recomponer algunos jirones de vida. Es perverso, pero, tal vez, como bien pontifica Bolaños, sea útil. Se inició pensando en la lucha antimafia y ahora se extiende al conjunto del derecho penal. Algún día habrá que plantearse si así se combate mejor el delito o la sociedad se convierte en la distopía que avanzaba Orwell en 1984, una pesadilla de espías y soplones. Y que a menudo la verdad es un instrumento de presión atroz. Que es posible mentir, incluso asesinar, en nombre de la verdad.

Lo demás ya lo hemos visto demasiadas veces: ausencia de cualquier mesura en un país en el que cada vez más parecemos depredadores sectarios o ese tipo de gente que, cuando fallece, la única razón por la que alguien se acerca a la funeraria es asegurarse que está realmente muerta, siempre enfrascados en un duelo a sartenazos entre los que ya ven a Sánchez en la cárcel y los que ridiculizan a Aldama con argumentos propios de Mr. Bean. Un mundo grotesco en el que Aldama, poco más que un conseguidor acaudalado de los que medran en el entorno del poder, me da cierta lástima.

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