El día que casi rompí un cuadro del Greco

El día que casi rompí un cuadro del Greco

Cuando yo tenía once años me apoyaba en todos sitios. El motivo es que estaba siempre irremediablemente cansado. Las teorías al respecto se dividían en paternas y maternas. Las primeras eran que estaba gordo, lo cual era verdad. Las de mi madre eran que tenía los pies planos, lo cual era medio verdad, ya que mis pies tenían poco arco, pero no eran planos del todo. Sea como fuera, allí donde hubiera una silla, taburete, sofá, balaustrada, balcón, tapia y cualquier superficie para apoyarse, allí estaba yo. Al parecer, el paso de la infancia a la adolescencia me cansaba. Necesita estar sentado o, como mal menor, apoyado.

En una visita al monasterio de Montserrat entramos en su museo. Debía estar de pie unos veinte minutos, por lo que necesitaba apoyarme. Vi una pared y en ella –después de un giro olímpico– dejé caer mi cuerpo con sobrepeso y pies con arco insuficiente sobre el muro. Calculé mal. Parte de mí golpeó un cuadro, se descolgó y cayó al suelo. El estruendo se oyó por todo el museo. Sin ver qué era lo que se había caído, miré a mi padre, que con ojos desencajados venía hacia mí, y a mi madre, que, como veterana jugadora de baloncesto, clavó sus pies en zona para proteger el balón, o sea yo. Si mi padre accedía a mí, sería falta en ataque. Quizás hasta técnica.

El Greco

 

Dominio público

El cuadro que mi culo golpeó e hizo caer databa de 1578 y era un Greco (con dudas, pero, de momento un Greco) con el título de Magdalena penitente. De hecho, una copia autógrafa de otra Magdalena original que figura en Budapest. La particularidad del lienzo, más allá de que se hallara en el suelo del Museu de Montserrat derribado por un adolescente cansado, era que constituía una de las pocas muestras de erotismo en el Greco, ya que la Magdalena, sí, está mirando al cielo, pero su hombro está desnudo, y se atina a ver un pecho (tapado). Les adelanto que el cuadro no se vio afectado por la caída, cosa que no se pudo decir de mí, que fui abroncado y castigado. Lo único bueno es que volvimos al coche y allí me senté, y en nada regresamos al hogar, donde había sillas, sofás, camas...

El cuadro que mi culo de once años golpeó e hizo caer databa de 1578 y era un Greco

Ese recuerdo ignominioso de mis once años me ha vuelto a la memoria debido a que, en pasadas fechas, en el Museo Hecht de Haifa (Israel), un niño destrozó un jarrón de la edad de bronce datado en el 3500 a.C. El niño tenía 4 años y, al contrario que mi caso, no fue por cansancio insoportable sino por curiosidad, ya que el crío quiso saber qué había dentro del jarrón y lo volcó para comprobar que –¡vaya!– no había nada. El drama estaba servido, ya que se trataba de uno de los pocos utensilios de la edad de bronce que ha sido hallado intacto. Sin embargo, dada la edad del menor y que el jarrón se hallaba sin protección, a esa rotura no se le dio más trascendencia e incluso se invitó a la familia y al rompejarrones-de-la-edad-de-bronce a que volvieran a visitar el museo. Se encargaría a un experto que reconstruyera la reliquia.

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Helena Ortega
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Si mi experiencia sirve a ese niño –como con todos los delincuentes menores de edad, en la noticia se omite su nacionalidad, pero palestino no sería–, le diré que de todo sacas una enseñanza de vida. Yo, por ejemplo, seguí cansado y apoyándome en cualquier sitio, pero durante lustros dejé de visitar museos.

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