Pedro Sánchez ha antepuesto la investidura de Salvador Illa en Catalunya a la seguridad de tener el apoyo del bloque independentista catalán en el Congreso. Si hubiera entrado en el juego de apoyar la elección de Carles Puigdemont –a pesar de haber quedado a siete escaños de Illa– a cambio de asegurarse el apoyo permanente de Junts en las votaciones parlamentarias, podría aspirar a conservar la ajustada mayoría que le hizo presidente. Pero el objetivo fundamental de Sánchez era poner a un presidente socialista en la Generalitat para aspirar a un futuro gobierno transversal y consumar su apuesta por la normalización de la vida en Catalunya.
El PSOE sabe que, a partir de ahora, Junts va a ejercer una oposición dura y no le va a importar alinearse con el PP y Vox para castigar a los socialistas. Ayer ya lo hizo en dos votaciones en la comisión permanente en temas tan dispares como la celebración de un debate urgente sobre la crisis migratoria de Canarias o la propuesta de sistema de financiación singular pactada entre el PSC y Esquerra. Es cierto que el Gobierno anunció también ayer que presentaría el anteproyecto de ley de presupuestos para el próximo año con la intención de lograr aprobarlos, a diferencia de lo sucedido este año cuando ni tan siquiera los presentó por la falta de apoyos. Sin embargo, en el seno del Ejecutivo ven que va a ser una misión casi imposible lograr el apoyo de Junts y que lo más seguro es que se deberán prorrogar un año más. Pero por dejación del Gobierno no va a ser. Lo primero será presentar la aprobación del techo de gasto, que es requisito ineludible para aprobar las cuentas, y que ya fue rechazada en el último pleno del curso anterior. Nada hace prever que vaya a cambiar el sentido de este voto.
La lectura que hace el Gobierno es que la economía española va bien y que los presupuestos vigentes son expansivos, por lo que una prórroga no sería ninguna mala noticia. Otra cosa será el ejercicio del 2026, pero eso está muy lejos. Y con un calendario libre de elecciones. Sánchez ya está más cerca de lograr uno de sus legados: la pacificación en Catalunya. Y está dispuesto a asumir las consecuencias negativas que ello le vaya a acarrear en la aritmética parlamentaria.