Un rodeo en Burwell

POSTALES AMERICANAS

Un rodeo en Burwell

Un viaje a las grandes praderas americanas merece un rodeo. Sumergirse en el mundo del cowboy aun no teniendo ni idea de lo que ahí se cuece, más allá de los tópicos de alcance universal que rodean este festejo. Aunque el extranjero solo pueda surfear por la superficie del evento, sabe que está ante algo grande que el respetable se toma muy, muy en serio. 

Un rodeo es algo tan sagrado como lo son los toros en la España que disfruta de ellos. Da igual que resulte incomprensible para quien no forma parte de esta tradición. Se sabe y se siente que se está tocando con los ojos el alma de una parte de la nación. Se aprende más de una gran parte de América en una sola tarde en un rodeo que con una suscripción quinquenal a The New Yorker.

Steer Wrestling Cowboy Going For The Win. Hands Gripping the steers horns and with feet and dust flying in the air the determined cowboy is determined to bring the steer to a stop or change the direction of its body. The clock stops when the steer is on its side with all four legs pointing in the same direction.

 

Kriss Russell

El interés de los demás despierta a la fuerza el propio. Y aunque uno no alcance a saber qué es lo que se premia, ni a discernir qué diferencia al mejor del peor de los vaqueros, basta con dejarse llevar por las emociones y el juicio de los demás. La grada es también un espectáculo.

El hombre conquista la naturaleza para ordenarla imponiendo su jerarquía

El hombre sometiendo al animal y reivindicándose como rey de la creación. Escrito así suena pomposo, ridículo y hasta puede que casposo. Pero eso son los rodeos. Un rito de ensalzamiento del hombre a través de la sumisión del reino animal. En un Occidente urbano en el que perritos y gatitos van camino de sustituir a los hijos, el rodeo es un recordatorio de las reglas más básicas de la vida. El hombre conquista la naturaleza para ordenarla imponiendo su jerarquía: manda quien camina sobre dos piernas, obedece quien lo hace sobre cuatro patas. El rodeo es la expresión ­cultural de este principio básico. Un rito de renovada sumisión de lo salvaje a las reglas y necesidades de lo humano.

Uno puede salir de esta misa laica tras cometer errores irreparables. Como comprarse un sombrero vaquero sin atisbar que su cabezón es demasiado grande como para que le siente bien, o caer en la tentación de calzarse unas botas excesivas hechas con piel de caimán o de boa constrictora. Creo haber limitado el alcance de estos desvaríos y solo he sucumbido estrepitosamente a la estética de las camisas. A eso y a gritar con entusiasmo desmedido “yee-haw!”.

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