Gibraltar, de problema a oportunidad

Gibraltar, de problema a oportunidad

El peñón de Gibraltar es un Guadiana intermitente en la historia de España después de que fuese cedido a perpetuidad al Reino Unido en virtud del tratado de Utrecht firmado el 13 de julio de 1713, lo que la convierte en la única colonia existente en territorio europeo. No obstante, aquella cesión se ceñía a “la ciudad y el castillo de Gibraltar junto con su puerto, defensas y fortalezas que le pertenecen”, dejando al margen buena parte de lo que consideramos hoy Gibraltar (va también por el espacio marítimo y aéreo). Históricamente, España jamás ha recurrido a la fuerza militar para tratar de recuperar aquello que cedió en pleno declive. Mejor así porque todos nos hemos ahorrado vidas y desastres, a diferencia de la aventura nefasta de la junta militar de Argentina en las islas Malvinas.

Con los años, Gibraltar se ha convertido en un anacronismo histórico sobre el que descansan intereses muy del siglo XXI, empezando por unas bases militares británicas vitales en el Mediterráneo y acabando por la fiscalidad, el comercio o el empleo. Este anacronismo que pocos negarán genera, de vez en cuando, incidentes, normalmente anecdóticos como sucedió el pasado lunes en la fiesta de la selección española de fútbol en la plaza Cibeles de Madrid y en la que algunos jugadores tuvieron la ocurrencia de gritar “¡Gibraltar, español!”, cual extras de una película de la serie del detective Torrente. El enfado de los gibraltareños es comprensible, pero convendremos que ni se trataba de una reivindicación en toda regla ni tampoco de un llamamiento político, sin olvidar el contexto carnavalesco de la velada.

Anécdotas aparte, Gibraltar puede generar un “espacio de prosperidad común”

El futuro de Gibraltar es un asunto extremadamente complejo por las ramificaciones de todo tipo que reúne. Las diplomacias de Londres y Madrid nunca han dejado de abordar el asunto más espinoso en sus relaciones bilaterales y conviene recordar que en el año 2002 el primer ministro Tony Blair y el presidente José María Aznar pactaron un acuerdo de cosoberanía que se convirtió en papel mojado después del abrumador rechazo de la población gibraltareña (33.000 personas). Lógicamente, a estas alturas del siglo XXI, no se podía imponer un acuerdo con un rechazo unánime. Más adelante, el Brexit introdujo una modificación muy importante en el estatus de Gibraltar. La salida del Reino Unido de la UE –rechazada holgadamente por los votantes gibraltareños– obligaba a resituar la relación, tal como exige Bruselas. Y en esas están los ministerios de Asuntos Exteriores británico y español, bajo la mirada recelosa del Gobierno de Gibraltar, temeroso de quedar al margen de hipotéticos acuerdos. El Brexit creó, de la noche a la mañana, una nueva frontera para la UE y como tal existe la obligación de adaptar la nueva realidad en una batería amplia de frentes. Curiosamente, los tres gobiernos implicados dominados por fuerzas de izquierda hoy.

El objetivo de las partes es convertir un embrollo en un “espacio de prosperidad común”, una fórmula en vías de negociación que permita compaginar al mismo tiempo la cuestión de la soberanía –España dispone del respaldo de las Naciones Unidas–, la compensación a los privilegios fiscales de que goza Gibraltar, el tránsito fronterizo de personas y mercancías y la autonomía de las bases militares británicas –al margen de la OTAN–, sin olvidar la dependencia laboral del deprimido Campo de Gibraltar, 15.000 de cuyos habitantes viven de su empleo en la colonia (y de su trabajo, claro está, sin el cual la economía de Gibraltar colapsaría). Las negociaciones progresan, con la debida discreción. Pese a los recelos históricos, existen bases para que, en lugar de verjas, se creen las condiciones para una zona de fuerte potencial económico y comercial, tal que Marruecos en Tánger.

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