Independentismo sin independencia

OBSERVATORIO GLOBAL

Independentismo sin independencia

Sería un error interpretar la amplia victoria de Salvador Illa en las elecciones catalanas como el fin del independentismo en Catalunya. Eso sí, pone término a lo que se llamó el procés. O sea, el intento unilateral de proclamar la independencia al margen de las instituciones del Estado español, apoyado en el voto simbólico de dos millones de ciudadanos y en las protestas contra la desmesurada y arbitraria represión política, policial y judicial. Porque ha dejado de existir la mayoría parlamentaria independentista que suscitó el espejismo del 52% (el 27% de los electores). Ahora, se trataría del 43%, o sea, una minoría de los votantes. Que viene a coincidir con el porcentaje promedio de población partidaria de la independencia detectado por las encuestas en la última década, en torno al 43-45%.

Por eso algunos pensábamos que lo razonable era un referéndum pactado con el Estado español, como en Quebec y Escocia. Había poco riesgo de ruptura traumática. Sin embargo, los creyentes en la España eterna y los catalanes que se sienten amenazados por la posibilidad de encontrarse en un país extranjero no lo hicieron viable.

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Xavier Cervera

Pero si queremos establecer una convivencia duradera, hay que partir del reconocimiento del sentimiento independentista de una parte importante de la población. Lo cual debe traducirse en un concierto fiscal equitativo, en la defensa y promoción de la lengua propia del país, sin menoscabo del castellano, en transferencias de infraestructuras básicas que funcionarían mejor con una gestión pegada al terreno, con cuotas de autogobierno tan amplias como sea posible, siempre dentro de la solidaridad interterritorial del Estado español, que seguirá existiendo. Y con una integración profunda de forma gradual en las instituciones y políticas europeas, destino común si queremos mantener unos valores y unos intereses en un mundo en que la Unión Europea representa menos del 6% de la población del planeta.

Se ha abierto una nueva etapa que enraíza el independentismo en el mundo real

Sin que todo ello conduzca al fin del independentismo como aspiración comunitaria que mantenga raíces históricas compartidas. ¿Puede existir el independentismo como sentimiento y práctica cotidiana sin independencia como institución? Basta mirar alrededor del mundo, empezando por nuestro entorno, para afirmar tal posibilidad. ¿Alguien duda de que el viejo y glorioso Partido Nacionalista Vasco sea independentista? Ahí están sus documentos programáticos y su trayectoria para probarlo. Y vaticino que la aspiración de Bildu cuando sea mayor es ser un PNV de izquierda con influencia decisiva en las políticas del Estado y de Europa. O el BNG, embrión del actor político que acabará un día con la tristeza caciquil de esa gran nación que es Galicia.

Y más allá de la Piel de Toro, piensen en un independentismo kurdo que resiste contra viento y marea contra tres estados en su territorio, o en naciones africanas desgarradas por fronteras coloniales, y hasta los clásicos Quebec, Escocia, Flandes o Kosovo. Se ha abierto una nueva etapa, que no entierra el independentismo sino que lo enraíza en el mundo real.

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