Limitaciones conservadoras

Quizá se equivoque el señor Feijóo si sigue insistiendo en que Pedro Sánchez es un colaborador necesario de los desmanes del separatismo o un izquierdista rabioso. La historia será la que juzgue si el presidente ha sido una desgracia para el Estado o un revolucionario que puso al país patas arriba contra los criterios de lo que Fraga llamaba “mayoría natural”. De momento, lo único seguro es que Sánchez es un intrépido gobernante, insensato para algunos, irresponsable para otros, pero cuya gestión tiene, cuando menos, resultados defendibles y coartadas que justifican sus más osadas iniciativas y cinismo para situar a sus críticos en la zona más tenebrosa de la política nacional.

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Chema Moya / Efe

El ejemplo de más actualidad, Catalunya: Sánchez habla como si hubiese sido él quien inventó el diálogo, quien descubrió la concordia o quien liquidó el independentismo. Se ve como “el pacificador” y ahora está en la astuta operación de pasar de ser el hombre que de forma vergonzosa cedió todo a Puigdemont a cambio de la presidencia, a asumir democráticamente el riesgo de negar al líder de Junts la posibilidad de presidir la Generalitat. El resultado en el relato gubernamental es que la derecha es represión y el socialismo es reencuentro. Pedro Sánchez ejecutó el cambio con maestría y dejó el debate en una cuestión de credibilidad: o se confía en su triunfalismo o en el catastrofismo. Ese será el tono de los tiempos que vienen.

Sánchez habla como si hubiese sido él quien liquidó el independentismo

En cuanto a la revolución que Sánchez quiere abanderar, se limita a dos aspectos: el apellido de “progresista” que lleva la coalición de gobierno y el revisionismo del pasado, que alcanzó su máximo nivel con el último alzamiento de Franco: el que lo llevó de Cuelgamuros a Mingorrubio. La represión de la dictadura todavía es una mina de votos. Eso, más la bandera del progresismo y, últimamente, su liderazgo contra la extrema derecha son sus credenciales ante el mundo y las urnas.

Las identidades de la socialdemocracia, sobre todo la igualdad, son grandes desconocidas en la gestión sanchista. Pero esas banderas no las acaba de coger el PP. A la espera del 9 de junio, no es extraño que el CIS lo ponga a cinco puntos del PSOE: todavía no aprendió a captar los fallos reales del Gobierno y las auténticas demandas del país.

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