Artemio es un barcelonés de lo que hoy llamaríamos mediana edad por la cuenta que nos trae –entre los 50 y los 75 años–, adinerado y con una vida social activa.
El tal Artemio, nombre inventado pero personaje de carne y hueso, más carne que hueso, quiso reinventarse. ¿Empezó a leer a los filósofos alemanes del siglo XIX? ¿Se apuntó como oyente a un taller de bailes de salón? ¿Fundó una oenegé para instigar la secesión de Katanga, ese pueblo hermano tan oprimido?
Reinventado, Artemio acudió con su novia supersónica a la cena de matrimonios...
No, Artemio se echó una novia despampanante, que es como acaban –y terminan– las reinvenciones masculinas de la mediana edad. Y hablando de edad: le llevaba unos veinte años. ¿Qué son veinte año en estos tiempos supersónicos? Un suspiro.
Artemio, ufano y reinventado, incorporó a su novia a todas las facetas de su vida, más activa, más inclusiva, más fallera, entre las que figuraban cuchipandas con los amigos de siempre que, a diferencia de Artemio, seguían con las esposas de siempre.
El desembarco inevitable no fue en las playas de Normandía sino en una cena de matrimonios, donde toda novedad es bien recibida, salvo la novia de Artemio que sobresalía por su escote, sus falda y un concepto del decoro supersónico.
Los amigos de Artemio, habituados a lidiar con las últimas novedades de los mercados, acogieron el fichaje, sin embargo, con algunas dudas.
–Vamos a tener un problema....
A la tercera cena, un sanedrín masculino se anticipó a la tormenta –las esposas no parecían entusiasmadas con los aires frescos de la novia–. Y optaron por hacerle ver que aquel noviazgo perjudicaba su imagen social y, de paso, la de todos ellos, ya que sus parejas empezaban a verlos no sólo cómplices necesarios sino cómo potenciales Artemios.
Estas y otras adversidades terminaron con la reinvención. Meses más tarde, volvió al redil. Un día, el propio Artemio admitió su enajenación y resaltó lo tranquilo que estaba en todas partes con su nueva pareja, coetánea y chic.
– ¿Lo ves? ¡Qué bien!
–Sí, sí... ¡pero no es lo mismo!
Gran frase para una lápida.