Memoria inmunitaria

Memoria inmunitaria

El país donde se debate si reelegir a Trump y que despunta en investigación médica tiene estadísticas sobre sanidad similares a las de Albania. Esta contradicción le sirvió al historiador Timothy Snyder para trazar la relación entre salud pública y salud democrática en Nuestra enfermedad (Galaxia Gutenberg, 2020). Justo antes de la pandemia, Snyder se pasó 17 horas de espera en una sala de urgencias antes de que le trataran una septicemia de resultas de una cirugía deficiente, practicada en el mismo hospital de EE.UU. Al error humano se sumaron la sobrecarga de trabajo del personal, los fallos de comunicación entre médico y paciente y un sistema guiado por el lucro de las aseguradoras privadas. Aquel tránsito por el filo de la muerte le desveló la dimensión del problema.

En una cultura que privilegia la libertad individual, esta se ve seriamente comprometida, razonaba Snyder, si estamos demasiado enfermos para concebir la felicidad y demasiado débiles para perseguirla. Solo con un sistema sanitario público sólido y universal es más fácil reconocer como a un igual a un conciudadano. El temor de no ser atendidos en el dolor y en la enfermedad crea una sociedad débil, manipulable, injusta. “Un virus no es humano, pero es una medida de la humanidad”, añadía.

RIBEIRA (A CORUÑA), 09/01/2024.- Operarios de empresas contratadas por la Xunta retiran los pellets o bolitas para fabricar plástico que aparecen en las playas gallegas y de Asturias, tras la caída de un contenedor de un barco el pasado diciembre, esta mañana en la playa de O Vilar, en el parque natural de Corrubedo, A Coruña. EFE/Lavandeira jr

Dos personas recogen pélets del vertido que ha llegado a las playas gallegas 

Lavandeira jr / Efe

Aquí, donde varios tipos de virus con sintomatología similar a la de un resfriado campan a sus anchas y atacan desde todos los flancos (mención especial a la gripe A, la covid y el virus respiratorio sincitial), la población se divide en tres grupos: los que ya han caído enfermos, los que viven aún ajenos al hecho de que más pronto que tarde se convertirán en las nuevas víctimas de los agentes patógenos, y los que, ya sea por precaución o por tener un sistema inmunológico robusto, saldrán ilesos de este embate. La fiebre, la mucosidad y el dolor de garganta se han convertido en una suerte de rito invernal de paso casi obligado.

Somos muchos los que pasamos las fiestas navideñas febriles y abatidos, y por la relevancia de las fechas lo vivimos como un destierro forzado. Los vencidos por la enfermedad nos convertimos en exploradores de “los páramos y desiertos del alma que un leve ataque de gripe desvela”, en palabras de Virginia Woolf.

Esos días cayó en mis manos el libro de Daniel Ménager Convalecencias (Siruela, 2022), un ensayo en el que subyace un elogio a la fragilidad humana sobre cómo se ha entendido a lo largo de la historia el proceso mal llamado de “recuperar la salud” y cómo se ha plasmado en obras literarias. “La salud no se recupera después de la enfermedad. Una vez que esta pasa, ya no somos los mismos que éramos. Lo que experimentamos es una ilusión de regreso”, concluye, citando al médico y filósofo francés Georges Canguilhem. Ménager reivindica ese intervalo entre dolencia y salud como un periodo subestimado, un limbo tras el cual se redescubre la vida anterior y se la interroga.

Después de una calamidad, nos decimos  que no volverá a ocurrir, hasta que la memoria la relega al olvido

Algunos expertos señalan que los picos de infección que colapsan la atención primaria podrían atribuirse en parte a una pérdida de memoria inmunitaria. Este fenómeno microscópico se replica en nuestras vidas diarias, tanto en lo íntimo como en acontecimientos de escala internacional. Después de que una calamidad nos afecte, nos decimos que no volverá a ocurrir, hasta que la relega al olvido la memoria, organizadora caprichosa del pasado. Entonces, lo que era un “nunca más” se convierte en un “y, sin embargo, otra vez”. Sucede con la vuelta de las mascarillas, mucho menos tediosas que el debate sobre la propia cuestión.

También ocurre con las reacciones torpes y partidistas ante desastres ambientales, como la llegada hasta las costas gallegas desde aguas portuguesas de millones de pélets, con la vuelta de las concentraciones neonazis (la última en Roma) o los bombardeos contra civiles en Europa­.

Creemos que la inmunidad es permanente, pero necesita recordatorios para que los anticuerpos generen memoria y esta nos permita responder de manera efectiva a las amenazas. Porque tan preocupante como una epidemia es el denominado síndrome de hibris (El poder y la enfermedad, Siruela, 2015) que se instala en los gobiernos, también los democráticos, generando “locura en el sentido de estupidez, obstinación o falta de reflexión”. Consiste en evaluar las situaciones según ideas fijas preconcebidas, lo que conlleva la negativa a sacar provecho de la experiencia, pues cambiar de rumbo implicaría admitir un error. Mientras no se invente una vacuna contra este tipo de estupidez y autoengaño, hará falta mucha memoria.

Lee también
Etiquetas
Mostrar comentarios
Cargando siguiente contenido...