Se vende periodista

Se vende periodista

Me veo en la obligación reputacional –¿se dice así?– de desmentir a los amables y viperinos lectores que insinúan que cobro una pasta gansa por expresar ciertas opiniones sobre Israel, al parecer favorables.

Preparativos Israel recibimiento rehenes

Preparativos de Israel para recibir a los rehenes de Hamas 

Getty

¿Es justo mancillar la reputación de un periodista sin aportar pruebas? Y, sobre todo, ¿serían tan amables de decirme dónde tengo que cobrar, si necesito factura con IVA o se trata de ir por esos mundos de dios impartiendo la conferencia “¡Todos somos Averroes!” a precio de oro?

No, yo me equivoco gratis, como los pobres, o desinteresadamente, tal que una vecina de infancia, algo fresca pero sin afán de lucro. De ahí la tortura psicológica –¿se dice así?– que suponen estos bulos porque equivocarse gratis es del género merluzo y uno lo que quiere es labrarse un porvenir, pero no a costa de los niños de Gaza.

Naturalmente, la corrupción en mi gremio existe y existirá. El problema es que la ciudadanía –¿se dice así?– cree que los israelíes y las organizaciones judías van por el mundo pagando con oro al primero que pasa, convicción que ya tenía Francisco Franco, el Caudillo para amigos y simpatizantes. Algo me dice que estos señores no incurren en dispendios superfluos, a diferencia de ciertos países del Golfo que tenían a bien obsequiar con relojes de marca a los periodistas invitados por aquello de la hospitalidad.

Ya me gustaría cobrar por dar conferencias del estilo “¡Todos somos Averroes!”

Como periodista veterano, soy un desastre: no recuerdo haber cobrado nada sospechoso en toda la carrera, salvo un viaje a la isla de Madeira invitado por la oficina de Turismo de Portugal, que amplié por mi cuenta. Todas las noches ganaba en la ruleta del casino del hotel lujoso donde me alojaba a precio regalado, me eché novia en Funchal –quien tiene una novia
en Funchal ni tiene novia ni tiene– y regresé a Barcelona con más dinero del que salí.

Al cabo de los años, una persona conocedora del sector atribuyó el episodio no a mi pericia con la ruleta sino a las indicaciones del director del casino, un tipo encantador. ¡Un caballero! Siempre queda el consuelo de que la novia, profesora alegre de instituto, me salió por méritos propios. Juraría.

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