¿Estamos todos locos?

LA COMEDIA HUMANA

¿Estamos todos locos?

Años atrás pasé tres días en un manicomio. Conocí a una señora de unos 60 años, rechoncha y muy coqueta ella, que creía ser la princesa Diana. Conocí a un joven fornido que había asesinado con una plancha a varias personas, su madre incluida, pensando que eran todas hormigas. Y a varios que decían ser personajes religiosos, como el Papa, Jesucristo o el profeta Mahoma.

El lugar se llamaba hospital Valkenberg, en las afueras de Ciudad del Cabo. Yo estaba allá porque pensaba que era un periodista haciendo un reportaje para una revista. Contemplo el mundo hoy y las líneas que separan la locura de la realidad se me hacen cada día más borrosas, hasta el punto de que empiezo a considerar que quizá yo tampoco esté en mi sano juicio. Tomen nota de la advertencia antes de seguir leyendo lo que será mi (posiblemente imaginada) percepción del panorama planetario.

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ORIOL MALET

Primero en el ranking de demencia, Tierra Santa. No hay nadie allá –o nadie en el poder, que yo sepa–que se crea lady Di. Pero abundan las personas que ven a otras personas como hormigas. Muchos israelíes, empezando por el primer ministro Netanyahu, no dan más valor a las vidas de los palestinos que a las de los insectos; muchos palestinos, empezando por los terroristas de Hamas, deshumanizan a los israelíes, y a todos los judíos del mundo, de la misma manera. Aplastan a sus víctimas no con planchas, pero sí con bombas y misiles.

En cuanto a la locura religiosa, resulta que los más fervientes devotos de Dios son, en ambos bandos, los más crueles, los más seguros de que tienen licencia divina para matar. La percepción de la realidad por allá, como hemos visto esta semana con la explosión en el hospital de Gaza, se basa en un potingue infernal de fake news.

Fake news sería una manera de describir el estado mental de los pacientes que vi encerrados en Valkenberg. Lo que me recuerda una observación del israelí Yuval Noah Harari, célebre escritor que parece estar menos loco que buena parte de sus vecinos. “Cuando mil personas creen en una historia inventada durante un mes, es fake news ”, dice Harari. “Cuando mil millones de personas lo creen durante mil años, eso es una religión, y se nos aconseja no llamarlo fake news para no herir los sentimientos de los fieles (o incurrir en su ira)”.

En el conflicto de Tierra Santa lo que marca las diferencias no es la política sino la religión

Ira habrá para rato en Próximo Oriente. Algunos dicen: se negoció la paz en Colombia, Irlanda del Norte y el País Vasco, ¿por qué no pueden hacer lo mismo palestinos e israelíes? Les diré por qué. Porque en el conflicto de Tierra Santa lo que marca las diferencias no es la política sino la religión. Y la religión trata de verdades absolutas, no negociables por definición. Si a eso se suma una historia de tres mil años de odio y venganza, bien alimentada por los acontecimientos recientes, podemos confiar en que los palestinos y los israelíes se seguirán matando de aquí al año 5023 y más allá.

Pasando de la tragedia a la tragicomedia, vayamos a Estados Unidos y observemos el fenómeno Trump. Aquí sí sirve la comparación con la señora que se creía una princesa. Que un estafador, un acosador de mujeres, un ignorante, un narcisista enfermizo y un mentiroso compulsivo considere que es la persona indicada para ser el presidente, no una sino dos veces, del país más rico y poderoso del mundo… Bueno, si eso no es locura, no sé lo que es.

Millones de personas son cómplices de líderes mesiánicos como los de Hamas, Netanyahu, Trump, Putin...

Después tenemos al líder de una potencia que posee la misma capacidad que ha tenido y quizá vuelva a tener Donald Trump de destruir el planeta con su arsenal nuclear. Megalomanía se queda corto como descripción de la enfermedad que posee a Vladímir Putin, otro que mata a gente como si fueran hormigas. ¿Y con qué motivo? Para que Rusia vuelva a ser grande. Para transformar a un país cuya economía es del mismo tamaño que la de México, pero con más población y más pobreza, en un gigante global a la altura de EE.UU. y China. Ese es el delirio que guía a Putin, cuyo hábitat mental es una jungla de mentiras que él mismo se cree. Poca diferencia entre él y su nuevo mejor amigo, el extraterrestre norcoreano Kim Jong Un, también dueño de armas nucleares.

Un poco de rabiosa actualidad. Hoy se celebran elecciones generales en Argentina. El favorito es un señor de costumbres domésticas curiosas, que venera a los perros como los egipcios veneraban a los gatos en tiempos de los faraones. Es un iluminado, que cree que con una varita mágica convertirá pesos en dólares y conducirá a su país a la tierra prometida que siempre debería haber sido, pero no lo es porque locos como él llegan con demasiada frecuencia al poder. Lo que ofrece Javier Milei es otra variante del peronismo redentor, que es la religión por otros medios.

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Siguiendo con la religión, tremenda la influencia que continúa teniendo Marx en países como Venezuela o Cuba, y en África, incluso en España. Marx era otro que vivía en un mundo de fantasía, como los líderes chinos –mala gente, pero cuerda– acabaron de entender. El inventor del comunismo creía que tras acabar con la propiedad privada los conflictos que siempre han definido la historia cesarían y los seres humanos vivirían en eterna paz y bienestar. En la práctica resultó que había que reprimir o asesinar a multitudes, pero se suponía que el precio valía la pena porque el camino de las calaveras conduciría a la utopía. Así pensaban Stalin y, a su manera, Hitler, locos de remate que nos recuerdan, por si sirve de consuelo, que nuestra época no es tan singular.

Pero hay una diferencia importante entre los reclusos del manicomio de Valkenberg y los jefes en las sombras de Hamas, los Netanyahu, Trump, Putin, Kim, Maduro, Milei y demás. Los locos que acompañaban a la gordita de Valkenberg no se creían que ella realmente era Diana, o que las personas eran hormigas, o que el que decía ser Jesucristo lo era. En cambio, millones y millones de personas son cómplices de los líderes mesiánicos que menciono. Se creen todo lo que dicen, testimonio de la potencia de la fe. ¿Y qué es la fe? La fe es creer en algo por lo que no existen motivos ni visibles, ni racionales. Es un invento, un producto de la imaginación. Exista en el terreno que exista, es, ergo, una locura. Y por eso estamos como estamos­. O eso, desde mi delirio personal, digo yo.

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