Valentía política

LA MIRADA PORTUGUESA

Valentía política

Un país no existe solo para sí mismo. Las naciones deben también contribuir a la gran aventura de la humanidad. Yo diría que solo alcanzan su sentido más hondo cuando son útiles también para otros países. En el caso portugués, fuimos, primero, una nación de reconquista, a partir del siglo XII. Después, desde los comienzos del siglo XV, realizamos la primera globalización. Dirigiéndose al infante D. Henrique, el cerebro de la expansión marítima lusa, Pessoa lo dice en versos algo grandilocuentes: “Dios quiso que la tierra fuese toda una. Que el mar uniese, ya no separase. Te consagró y fuiste desvelando la espuma” y así se vio “la tierra entera, de repente, surgir, redonda, del azul profundo”.

Claro que en estos proyectos más amplios no dejan de estar presentes intereses nacionales egoístas. Y claro que, en ese amasijo de cicatrices históricas que es el mapamundi, encontramos todo tipo de países, algunos dibujados con regla y cartabón por el colonialismo europeo. Pero las grandes referencias nacionales siempre han aportado algo. ¿Qué sería de Francia sin su revolución de 1789, que impactó por todas partes? ¿Qué sentido tendría Estados Unidos sin la contribución que dieron a defender la democracia y todo lo que ella conlleva ante el delirio totalitario alemán, italiano y nipón? Ser miembro de una patria significa también ser capaz de dar algo valioso a otras patrias.

El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, y el presidente del Gobierno en funciones y secretario general del PSOE, Pedro Sánchez

El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, y el presidente del Gobierno en funciones y secretario general del PSOE, Pedro Sánchez

Dani Duch

Por ello, los grandes líderes son aquellos con el valor de decir no al lado más egoísta y cerril de sus partidarios. Desde Moisés, recorriendo el desierto con un pueblo que lo seguía a regañadientes, hasta Nelson Mandela, que transformó el deseo de venganza de una parte de la población negra en concordia nacional, este es el tipo de liderazgo que interesa. El que cambia las cosas y les da a los países su aura más hermosa. Enfrentarse al adversario no es lo más complicado. Uno, al fin y al cabo, queda bien en esa foto. Lo difícil es oponerte a tu seguidor cuando sabes que se está equivocando. Esta, diría yo, es la frontera que separa el jefe banal de aquel líder capaz de abrir nuevos horizontes.

En Portugal, el socialista Mário Soares, uno de los políticos más importantes de nuestro siglo XX, apreciaba mucho esta virtud, a la que llamaba “valentía política”. Ese coraje, que él sin duda tenía, lo llevó a enfrentarse con la dictadura del Estado Novo durante décadas, pasando por la cárcel y el exilio. Pero, después de la revolución, también le permitió conducir desde el gobierno dos dolorosos procesos de reajuste económico, en 1977 y en 1983, con intervenciones del FMI y una feroz austeridad. Por esos años, calibró la posibilidad de “meter el socialismo en el cajón”, una expresión suya, y se alió con la democracia cristiana del CDS y el centroderecha del PSD, para superar situaciones de gravísima crisis financiera. Una parte de la izquierda siempre lo consideró un traidor. Hoy en día está claro que Soares contribuyó de forma decisiva a la construcción del Portugal moderno.

Otro ejemplo de esta valentía: Adolfo Suárez fue, en sus inicios, un valido del rey Juan Carlos, todo un arcaísmo en pleno siglo XX. Pero supo decirle que no al grupo social que lo apoyaba. El franquismo fue obligado a colgar en la percha el uniforme militar y a vestir el traje de la democracia. Se tuvo que tragar la legalización del Partido Comunista y la reinstauración de la Generalitat catalana. Como sabemos, Suárez terminó siendo odiado por la derecha de la que provenía.

Lo difícil es oponerte a tu seguidor cuando sabes que se está equivocando

Uno diría que, a veces, el odio de algunos de los nuestros es un mérito mayor que el rencor del rival. Por otra parte, lo que Suárez hizo por la derecha, lo hizo Santiago Carrillo por la izquierda. Y esa es una regla importante de este tipo de procesos: cuando le dices que no a una parte de los tuyos, tienes que encontrar a un adversario que te diga que sí a tus proyectos de concordia. Esa es la geometría de las transformaciones sociales pacíficas.

La historia desemboca siempre en la actualidad. El gran problema de Feijóo es que no sabe decir que no a sus partidarios más tercos. El ciudadano intuye esa fragilidad, que el político gallego intenta ocultar gastando una hosca altanería que no acaba de convencer. Este fue uno de los motivos de que ganara las elecciones perdiéndolas: le falta de ese punto de valen­tía que distingue al líder destacado­, capaz de enfrentarse a los suyos cuando toca.

Por otra parte, Sánchez tiene muchos defectos. En la última campaña electoral, resultó divertido ver su pinta de marido humilde que, con aires­ sumisos de perro apaleado, quería hacerse perdonar, a la vera de su esposa, una serie de traiciones conyugales. Pero hay algo que no le falta: valentía para enfrentarse con los suyos a la hora de defender algo que cree
necesario. Cuantas más figuras históricas del PSOE critican sus proyectos, parece que crece más su lide­razgo.

No sabemos cómo acabará todo esto, si con nuevas elecciones o nuevo gobierno. Pero los problemas de España solo se resolverán con liderazgos capaces de decir que no a sus huestes más obnubiladas y esto vale para la derecha, la izquierda y los varios nacionalismos. Liderazgos a los que algunos adversarios deben decir que sí, dibujando de este modo el teorema de la paz. El problema es que las facciones más implacables suelen hacer mucho ruido y, en la actualidad, disponen de excelentes altavoces para ese estruendo. No obstante, cuando uno tiene el valor de enfrentarse a ellas, descubre que la mayoría de la gente y lo mejor de la causa que representa, las personas que verdaderamente pueden aportar algo, lo acompañan. Y es que, en el fondo, también muchos ciudadanos de a pie están deseando decirle que no a lo que no es verdad o no tiene sentido.

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