Vista larga, paso corto y buen talante
La mejor salida para España de la situación política generada por las últimas elecciones generales es –a mi juicio– que el PP propicie la investidura de Sánchez mediante su abstención en la segunda votación. Pero este es solo un episodio concreto, aunque importante, de un cambio de orientación general del PP, que exige vista larga y que ha de venir definido por tres actitudes:
1. Clarificación de su relación con Vox, concretada en un rechazo total a cualquier pacto con este partido por su condición de populista radical que aleja al PP de su vocación de centralidad.
2. Evitación de maniobras de bloqueo constitucional, como su irracional y sostenida oposición a la renovación del Consejo General del Poder Judicial.
3. Fijación de una propuesta negociadora para afrontar el problema catalán, que en realidad no es tal, sino el problema español de la estructura territorial del Estado, condicionante de la política española desde hace más de un siglo. Es tal la trascendencia de este hecho, que –por ejemplo– ha determinado el último resultado electoral: el PSC ha dado el triunfo al PSOE, al haberse convertido en el partido refugio de buena parte de la derecha catalana, huérfana desde el final de CiU a resultas del procés. Merece, por ello, párrafo aparte.
El PP tiene hoy una presencia poco más que testimonial en Catalunya, debido a la ausencia de un proyecto integrador claro, que parta de la franca aceptación de un hecho determinante: la voluntad secesionista de un sector significativo de la sociedad catalana.
Al negociar, no cederán jamas en la identidad catalana, unos; en la unidad de España, los otros
Sin otra intención que brindar un índice de las cuestiones que abordar y pactar, reitero un esquema mil veces repetido al que podría ceñirse este proyecto, en el marco de un Estado federal con un Senado dotado –como auténtica cámara territorial– de amplias competencias decisorias:
1. Reconocimiento de Catalunya como nación histórica y cultural.
2. Competencias “identitarias” exclusivas de la Generalitat en lengua, enseñanza y cultura, dentro del marco de la Constitución y con cumplimiento fiel de las sentencias judiciales.
3. Financiación: a) Fijación de un tope a la aportación al fondo de solidaridad (bien señalando un porcentaje, bien por la aplicación estricta del principio de ordinalidad) y b) Creación de una agencia tributaria compartida.
4. Consulta a los ciudadanos catalanes sobre su aceptación o rechazo de esta propuesta. Añado para cuantos se escandalicen a un lado y otro del río que, para negociar, lo primero a tener en cuenta –según Josep Tarradellas– es lo que la otra parte no cederá jamás: la identidad catalana, para unos, y la unidad de España, para otros. Una transacción siempre duele a todos, porque hay recíprocas concesiones de algo visceralmente sentido como propio, pero es fecunda.
La puesta en práctica realista de un proyecto pergeñado con vista larga exige ser ejecutada con paso corto. Así, pienso que se ha precipitado Alberto Núñez Feijóo al reclamar a Pedro Sánchez un “diálogo responsable” por la “estabilidad de España”, porque el país “no se merece una situación ingobernable o de bloqueo”.
Es cierto, pero Feijóo tiene que comenzar haciendo lo que Sánchez no estará nunca dispuesto a hacer, pese a ser el PP el partido más votado: facilitar la investidura del adversario mediante la abstención propia. Si el PP se abstiene en aras de la gobernabilidad de España, su credibilidad, así como la autoridad moral de su líder, aumentarán y facilitarán su posterior acción política.
Hechos y no palabras. Es la hora de los moderados y su liderazgo está vacante. Lo ocupará aquel político que piense lo que va a decir antes de decirlo, que diga luego lo que piensa y que procure hacer lo que dice. O sea, aquel que tenga credibilidad, o lo que es lo mismo: autoridad moral.
Y, por último, se precisa buen talante, algo más que guardar las formas, aunque estas también se han abandonado. Hacen falta agudeza, ironía y un punto de humor. Y hay que huir, por ello, de la personalización de la política, entre otras razones porque nuestros líderes actuales no dan para tanto. Así, por ejemplo, “derogar el sanchismo” es una soberana tontería, pues la deriva actual del PSOE es solo un episodio de radicalización transitoria, recurrente en la honorable y más que centenaria historia de este partido axial, que no oculta ni disminuye su reiterada contribución esencial al gobierno de España y a la realización de los ideales de paz, libertad y justicia.