Por Europa

Por Europa

Las próximas elecciones generales del 23 de julio son muy importantes para el conjunto de España, pero también para Europa. Por tanto, hay que dar al voto la dimensión europeísta que la situación actual le otorga. Ciertamente, también Europa vive un momento difícil. Hay una cierta crisis de modelo que impone un cierto repensar el proyecto. Aquello que fue definido después de la Segunda Guerra Mundial sigue siendo válido desde la perspectiva de los valores que estaban en su origen. Europa sigue siendo la referencia de libertad y de progreso más importante de la historia colectiva. Es un espacio de paz, de democracia, de voluntad convivencial en una realidad diversa, heterogénea y contradictoria que hace del respeto la herramienta imprescindible de un proyecto de cohesión y de integración. Pero, Europa tiene problemas. Y no menores.

Ksenia Kuleshova / Bloomberg

 

Ksenia Kuleshova / Bloomberg

Para España esto no es una situación que nos pueda dejar indiferentes. Hace más de 80 años que, para nosotros, Europa ha estado presente en nuestra particular historia. Primero, como refugio de ideas y de personas que buscaban en Europa todo aquello que habían perdido en España. Un refugio lleno de incertidumbres y riesgos que contribuyeron a que mucha gente procedente de nuestras tierras defendiera a Europa como un proyecto propio. La construcción de la Europa de la posguerra tuvo muchos acentos; entre ellos, el nuestro.

Primero, refugio; después, esperanza. Europa fue para España la referencia de la libertad ambicionada, del progreso que se reclamaba, de la democracia en la que se quería vivir. Más tarde, Europa nos aportaba las muletas que ayudaban a nuestra estabilidad, la ayuda para unos primeros pasos vacilantes. Buscábamos en Europa la experiencia que a nosotros, desgraciadamente, nos faltaba. Crecíamos con el confort de una amable y solidaria tutela.

Hay voces que plantean abiertamente el retorno de políticas que queríamos dar por superadas

Pero ahora Europa nos necesita porque tiene retos e incluso amenazas que generan una inquietud fundamentada. No vivimos un buen momento. Hay voces que plantean abiertamente el retorno de políticas que queríamos dar por definitivamente superadas. Voces nostálgicas de un pasado escalofriante; voces que lanzan proclamas que atizan la confrontación y que no disimulan su voluntad de poner en cuestión el gran bagaje de la libertad respetuosa que envuelve el proyecto europeo y europeísta. Francia vive tensiones que contaminan la convivencia en libertad; Italia redescubre un pasado que parecía olvidado; países de largo arraigo democrático afloran posiciones ideológicas que están muy lejos de las prácticas que habían definido como referentes democráticos.

Ahora, España no puede olvidar el compromiso –y la deuda– que tiene con Europa. Desde una posición más fortalecida ha de devolver al europeísmo el apoyo que otros le niegan. Ahora, el voto del 23-J, además de otras cosas, ha de tener también un fuerte acento y voluntad europeísta. Un voto que se comprometa con los valores fundacionales de la UE. Sin dudas, sin interpretaciones sesgadas. Europa ha de sentirse fortalecida con el resultado del 23-J. Esto es necesario para Europa y es lo que más conviene a España.

Desacomplejadamente, querríamos afirmar una voluntad de liderazgo –compartido– de la Europa que ha de estar presente en el mundo. Una Europa que no quiere verse arrinconada por la dialéctica EE.UU.-China. Una Europa que afronta la amenaza de la desigualdad y que quiere luchar desde la seguridad jurídica, la formación, el progreso y la cohesión social. Todo esto tiene una lectura interna española, pero que se quiere enmarcar en un discurso y compromiso europeísta. Europa ha de estar presente en el voto del 23 de julio. ¡Por Europa!

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