El centro del mundo

EL AZAR DE LOS DÍAS

El centro del mundo

Hace cerca de cuarenta años, en un vuelo de Manila a Honolulu, me tocó sentarme junto a un americano obeso y dicharachero que me aseguró que California era en aquellos momentos el equivalente del París de principios del siglo XX y que lo más interesante e innovador que sucedía en el mundo estaba sucediendo allí. Mencionó un lugar del que yo no había oído hablar nunca, Silicon Va­lley, y unos ordenadores de capacidades fabulosas –entonces todavía no se hablaba de nuevas tecnologías–, y dijo que el tren del futuro estaba a punto de salir y que, para no perderlo, había que estar al corriente de lo que allí se hacía. Lo dijo con naturalidad, como si se tratara de una obviedad indiscutible. Me pareció una fanfarronada y no le hice caso, pero el paso del tiempo le ha dado la razón.

Me acordé de aquella conversación hace unos días, después de leer el primer boletín Penínsulas, de Enric Juliana, en el que evocaba la afirmación de Josep Piqué de que el centro del mundo se halla en el estrecho de Malaca. Juliana pedía opiniones sobre el asunto. Como conozco la zona porque viví durante cinco años en Kuala Lumpur, no me resisto a dar la mía.

The sun rises over downtown Kuala Lumpur, Malaysia on April 11, 2023. (AP Photo/Vincent Thian)

 

Vincent Thian / AP

Hay conceptos que son muy subjetivos, y el del centro del mundo es uno de ellos. Muchos habitantes de Nueva York están convencidos de que lo pisan en cuanto salen de casa, o incluso sin salir de ella, pero Mark Twain los tildó una vez de provincianos, con el argumento –no desprovisto de lógica– de que los habitantes de su pueblo, en Misuri, estaban siempre al corriente de lo que ocurría en Nueva York, mientras que los de Nueva York no tenían ni idea de lo que ocurría en Misuri.

¿Qué es lo que define el centro del mundo? Si el criterio es la costumbre de los habitantes del lugar en cuestión de pasar desdeñosamente del resto del universo, entonces el centro del mundo se sitúa sin duda en Nueva York, en Londres o en París, con alguna pequeña sucursal en Barcelona. Pero hay otros muchos criterios posibles, todos igual de discutibles.

Para aquel americano del vuelo a Honolulu, el asunto no admitía discusión: el centro del mundo se encontraba en California, porque los grandes cambios del futuro se estaban incubando allí. Y no le faltaba una parte de razón. De California han salido Apple, Microsoft, Facebook, Google, Amazon y la mayoría de los nuevos imperios tecnológicos que gobiernan las pantallas a las que nos hemos vuelto adictos.

En estos cuarenta años, en Europa no se ha creado ninguna compañía comparable. Pero aun así los europeos, en el fondo, seguimos convencidos de que, con o sin internet, el Viejo Continente es y será por mucho tiempo el centro del mundo, porque es el lugar más civilizado y porque, por más prodigios que se inventen, el peso de la historia no se va a evaporar. Si tuviéramos que volver a nacer y pudiéramos elegir dónde, ¿no elegiríamos Europa?

Pero los que hemos vivido fuera de Europa sabemos que el Viejo Continente no cuenta tanto como creemos. En Extremo Oriente circulan mapamundis en los que Asia está situada en el centro, con Europa a un lado y América al otro. Al principio chocan un poco, pero es una visión tan lógica como la nuestra, o quizás más, sobre todo considerada desde aquellos pagos.

Cuando vivía allí, yo no tenía la impresión de estar en el centro del mundo. Kuala Lumpur es una ciudad muy agradable, o al menos lo era hace veinte años, muy cosmopolita, pero ningún habitante de la ciudad tenía la sensación de ser el centro de nada. En Singapur gastan más humos, pero tampoco creo que piensen que viven en el ombligo del universo. Alguien dirá que quienes viven de verdad en el centro de algo nunca suelen darse cuenta, y quizá tenga razón. No lo sé.

Lo que para nosotros es un futuro todavía hipotético, en muchos sitios de Asia ya es el presente

La afirmación de Josep Piqué –hombre de mente muy lúcida que no sé de dónde sacaba el tiempo para hacer todo lo que hacía y hacerlo tan a conciencia– reposa sobre algo muy concreto: por el estrecho de Malaca pasa el 60% del tráfico marítimo mundial. Es un argumento de peso, sin duda. El estrecho de Malaca es la ruta obligada entre dos gigantes, China e India, cuyo comercio siempre ha sido más fácil por mar que por tierra, debido al Himalaya físico y a los Himalayas geopolíticos que los separan.

Pero hoy gran parte del comercio mundial va por otras vías: por tierra, por aire y, cada día más, por internet. Ni el petróleo ni el gas licuado pueden venderse online, pero los productos que están transformando el mundo sí. Cuantitativamente, es muy posible que el estrecho de Malaca sea una de las primeras arterias de la economía mundial, y quizás la primera. Pero cualitativamente es más discutible que lo sea.

Sin embargo, Josep Piqué no lo decía en un sentido literal, y Enric Juliana, si no lo entiendo mal, tampoco. Cuando dicen que el centro del mundo se halla en el estrecho de Malaca, lo que están diciendo es que Europa ha dejado de serlo y que el progreso económico de Asia –de China, de India, de Vietnam, de Indonesia– lo está cambiando todo, y no les falta la razón.

Europa pierde gas y la convicción de los europeos de ser el centro del mundo se parece cada vez más a la de los chinos de hace cien años, que pese a la decadencia y la pobreza en la que vivían estaban convencidos, inocentes de ellos, de que China continuaba siendo el Imperio del Centro.

Si yo hoy coincidiera en un vuelo de larga distancia con un joven tan despistado como era yo hace cuarenta años y me pidiera consejo sobre el mejor sitio para tomar el tren del futuro, le diría que el tren del futuro no sabe nadie de dónde saldrá, pero que ir a buscarlo por las inmediaciones del estrecho de Malaca no me parecería mala idea. Lo que para nosotros es un futuro todavía hipotético –y no necesariamente idílico, ojo–, en muchos sitios de Asia ya es el presente.

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