Candidatos translúcidos

Candidatos translúcidos

Hay ilusiones que resisten el paso del tiempo. Una de las más curiosas aparece cuando llegan las elecciones municipales, y se resume del siguiente modo: en la política local, importa más la personalidad del candidato que su ideología. Falso.

Torredembarra, plafones con los carteles de los candidatos, 14 formaciones políticas participan en las elecciones municipales 2014

 

Xavi Jurio / LV

Ciertamente, siempre puede surgir un personaje que –surfeando por encima de marcas políticas y lealtades de los votantes– atraiga apoyos de variadas sensibilidades; es el caso, por ejemplo, del desaparecido Antoni Farrés, que fue alcalde de Sabadell durante dos décadas. Pero, la ideología no desaparece, lo que ocurre es que se convierte en una sustancia invisible, desplazada por el carisma, el empuje y la capacidad de conexión transversal de una determinada figura.

Queremos creer que la política local es antes local que política. No lo sabemos, pero ello es fruto de una nostalgia inadvertida, la de un mundo de comunidades que vivían al margen de doctrinas y partidos, en un paraíso supuestamente incontaminado por las narrativas del conflicto. Se añora un pasado idealizado en el que el lugar de las ideologías lo ocupaban los atributos del jefe: coraje, simpatía, honradez o, en su reverso, cobardía, antipatía, corrupción.

En un acto de nostalgia queremos creer que la política local es antes local que política

Cuando se trata de gobernar la administración más cercana, hay la tentación de dar cuerda a la fantasía de una gestión incolora que aborde los problemas “por encima de unos y de otros”. Como no se cansan de repetir algunos populistas de libro, “se trata de gestionar bien, y eso no es de derechas ni de izquierdas”. El atractivo de una tecnocracia de aires mercantiles tiene siempre fans en el ámbito municipal, también por el cansancio que producen los tics partidistas.

El espejismo de una política local no política alcanza su expresión más sofisticada cuando se hacen juegos de manos con las marcas de los partidos y se confía todo a la magia de un rostro. Esconder, maquillar o disimular siglas es un recurso muy extendido en los comicios que se avecinan, como si la política general fuera el pecado original que se debe expiar desde una refundación pretendidamente aséptica de lo que Montaigne llamó “el comercio de los hombres”.

Así las cosas, brotan algunos candidatos cuya mayor cualidad es ser translúcidos: no vemos nítidamente su programa ni su pensamiento, pero son figuras atravesadas por la intensa luz del momento.

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