El rey emérito, con 85 años, ha decidido pasar cinco días en Sanxenxo la próxima semana, lo que no debería escandalizar a nadie. Desde fuentes cercanas al palacio de la Zarzuela se ha hecho llegar que no tenían conocimiento previo de la visita, ni había solicitado autorización explícita.
En la última estancia en su país, Juan Carlos de Borbón se comprometió ante su hijo, Felipe VI, tras una tensa reunión en Zarzuela, a ser extremadamente discreto en el futuro, porque su viaje a Galicia se había convertido en un circo mediático, que ni le beneficiaba a él ni a la institución.
El rey emérito entendió el mensaje y anuló su presencia en una nueva regata en la que tenía previsto participar, un mes más tarde. Además, decidió ser residente a todos los efectos en los Emiratos Árabes Unidos, lo que viene a ser una forma de autoexilio para apartarse de los focos. Pero en unos momentos en que Juan Carlos de Borbón no tiene cuentas judiciales pendientes en España, y tras un año alejado del país, que quiera pasar un fin de semana largo en Sanxenxo debería entrar dentro de la normalidad, aunque haría bien en ser mucho más prudente que en su última visita.
Resulta ridículo querer esconder a quien fue rey durante 40 años bajo la alfombra de la historia
No tiene lógica ninguna que Carlos III, el rey de Inglaterra, le invite el martes a almorzar en Londres y que le esté vedado venir al día siguiente a España para navegar con Pedro Campos. En la prensa de Madrid, hay quien ha escrito que el emérito se ha venido arriba tras haber asistido en el Reino Unido a los funerales de Isabel II y a los de Constantino en Grecia, al tiempo que era recibido por Emmanuel Macron en el Elíseo junto a Mario Vargas Llosa, tras su ingreso en la Academia Francesa. Desconozco si ha sido así, pero resulta ridículo querer esconder a quien fue rey durante cuarenta años bajo la alfombra de la historia.
Es cierto que para muchos ciudadanos la figura don Juan Carlos ha pasado de la devoción a la decepción, pero alguien tan poco dudoso de ser un cortesano como Paul Preston declaraba el domingo en El País que, a la larga, conservará su legado como figura histórica de primera importancia. De todos modos, lo que no se entendería es que alguien quisiera convertir una corta estancia en su país en una afrenta. Seguro que no es caso.